Acaba
de comenzar 2019 y mientras la mayoría ha elaborado su lista de propósitos, retos
e ilusiones para los próximos 365 días, ya tenemos a varias familias para las
que el año ha comenzado de la peor forma posible. Unos conmocionados por la
primera víctima mortal de violencia de género del año, y otros porque han
descubierto que sus hijos varones decidieron celebrar la salida y entrada del
año violando a una mujer. En seis días de 2019, son dos las agresiones sexuales
en grupo investigadas en nuestro país.
Publica
el periódico El Español comentarios de vecinos y conocidos de los cuatro
detenidos ya en prisión, de 19 a 24 años, en Callosa
d’En Sarrià, Alicante. Vienen
a decir que nadie se esperaba algo así porque “los padres de los agresores son
buenas personas. No entienden los vecinos cómo les han podido salir unos hijos
así. Y aunque algo se sabía, alardeaban de ello los detenidos, de que habían
acabado montándoselo con alguna chavala en grupo, no creían sus
conocidos que fuese de verdad”. Fue la hermana de uno de los detenidos quién
avisó a la Policía de lo que estaba sucediendo.
Ante
esto, violaciones en grupo o individuales, evidentemente a todos se nos
revuelven las entrañas. Y claro que nos apetecería colgarles por los mismísimos,
y unas cuantas cosas más. Pero como el asunto es tan serio, complejo, y puede
ir a más hay que abordarlo a fondo. Aquí no hay que hacer distinciones entre nacionalidades, edades, creencias religiosas,
ideologías y estatus social de los violadores. Si verdaderamente somos sensatos
hay que hacer mucho más que exigir que se endurezcan las penas, y no se permita
salir a la calle a los que está demostrado por los propios profesionales que
los tratan y conviven con ellos dentro de las prisiones, que nunca se van a
reinsertar, que no tienen solución, y que son un verdadero peligro para el
resto de los ciudadanos.
Contraproducente
y peligrosa puede resultar la simplificación que muchas veces realizan los
medios de comunicación, la falta de reflexión y los fenómenos de masas. Porque
responsables de lo que acontece en mayor o menor medida somos todos.
Psicólogos, trabajadores y educadores sociales nos llevan tiempo advirtiendo de
lo mal que está educando la sociedad a sus niños y adolescentes. La deshumanización,
entre otras cosas, ayuda a generar monstruos. Qué futuro nos espera si a unos cuantos
menores se les educa sin normas, restricciones, obligaciones, permitiéndoles y
dándoles todo, a su libre albedrío, sin conciencia de que todo acto conlleva una consecuencia. Dejándoles
hacer porque no se puede ya con ellos. Y a otros tantos sin proporcionarle lo
más básico y fundamental, un hogar feliz, con afectos, atención y
reconocimiento, un entorno seguro, equilibrado, sin violencias, sin maltrato,
sin abandono, que les acompañe en sus necesidades madurativas y emocionales.
Hace
unos días otro periódico, El Mundo, publicaba que “al menos veinte agresiones
sexuales múltiples han sido investigadas en 2018… Sin conocerse aún datos del
pasado año, las cifras arrojan 1.517 hombres detenidos e investigados en 2017
por agresiones con y sin penetración”. Desde luego que la cifra, impresiona.
Resultaría
ridículo, absurdo, poner en duda que la mayoría de los hombres son buenos. Me
consta que al igual que nosotras, las
mujeres, están preocupados. Porque evidentemente, para empezar, todos los
hombres tienen madres y la mayoría hermanas y pareja, y muchos más además hijas,
sobrinas y nietas. Y dudo que ninguno de ellos quiera que los suyos puedan vivir
algo así.
Yo
no quiero bandos de mujeres y hombres porque todos formamos parte de esta
sociedad, de esta cultura, del sistema patriarcal, de los estereotipos y
micromachismos, que nada bueno aportan. En nuestras manos está cambiar
conciencias, ideas, actitudes, estilos y modos de vida.
Lo que sí quiero y exijo es que reflexionemos
todos sobre qué modelos de relaciones y sexualidad están sirviendo de ejemplo,
de guía, a nuestros adolescentes. También deberíamos tener muy claro que cuando
se detecta una conducta inapropiada, que escapa a nuestro control, que puede
ocasionar daño a terceros no se puede mirar hacia otro lado. Hay que buscar
ayuda profesional para erradicar, reconducir, dicha conducta. Y ante cualquier abuso,
agresión, ante cualquier tipo de violencia siempre hay que intervenir, hay que denunciar.
Las hijas, las mujeres, me parece que ya
nos sabemos de sobra la lección. Y a los hijos varones, hasta cuándo vamos a
esperar para enseñarles, desde bien pequeños, que la violación no es un acto sexual,
no es una opción, no es un juego, un reto. No es algo a imitar, no es ejemplo
de nada. Y que jamás se puede minimizar el daño que genera en el otro o
responsabilizar a la víctima. La violación es una agresión relacionada con la
voluntad de ganar, de someter, de poder, donde las mujeres o los hombres no son
más que objetos sexuales a disposición del que la ejerce, practica y obtiene
placer con ello. Que nadie se engañe pensando que la violación procede de un
instinto sexual básico masculino que no se puede reprimir. Es algo mucho más
social que biológico.
Creo que no me equivoco al pensar que
la mayoría de los padres y madres probablemente hablan muy poco de sexo con sus
hijos. Esta cuestión, como otras, se ha derivado, delegado, a la escuela. Pues
visto lo visto conviene hacerlo, y en profundidad sin tapujos ni vergüenzas y bien
documentados. Si con los hijos somos capaces de abordar e insistir en temas
como el alcohol, el tabaco, las drogas, las ludopatías, por qué no les hablamos
sobre la pornografía, la prostitución, la trata de blancas etc.
A estas alturas, por el bien de todos, espero
que nadie siga creyendo que el hablar de estos temas con los menores es
incitarles a probarlo. Si queremos que nuestra sociedad no se trastorne y
enferme más de lo que ya está y mujeres, niños, personas mayores, personas
con discapacidad y el colectivo LGTB se conviertan en el blanco de los
monstruos que la propia sociedad genera…actuemos, y de forma contundente.