Desde que trabajo
en un hospital he sentido la necesidad de escribir sobre mis andanzas como
celadora. Vivir la sanidad pública desde el ámbito laboral nada tiene que ver
con hacerlo como paciente o familiar. Si algo voy sacando en claro es que todos
tienen su parte de razón cuando proponen, defienden, justifican, exigen, critican
y denuncian. Abordar un tema, cualquier cuestión desde distintos ángulos y perspectivas,
con distintos ojos, siempre suma, aporta y enriquece. Ayuda a matizar y
equilibrar posturas y juicios.
Evidentemente cada
uno cuenta la película según le va, pero creo que en general podemos sentirnos
bastante afortunados por la atención sanitaria que tenemos. Estamos en buenas
manos, aunque se podrían y deberían mejorar ciertas cosas.
Durante el mes de
agosto he vivido una intensa experiencia trabajando en el servicio de urgencias
y en plantas. Nada que ver con el trabajo que vuelvo a realizar en el
departamento de archivo. Un trabajo de equipo, con una fuerte carga física y de
memoria numérica, donde afortunadamente existe muy buena relación entre
compañeros. En mi primer paso por un hospital he tenido mucha suerte de dar con
ellos.
Lo primero que
sentí al moverme por los pasillos donde se concentran urgencias, paritorio,
radiología, quirófano y laboratorio fue mucha curiosidad. Me daban ganas de ir
tomando fotos, vídeos, y entrevistar a unos y otros. Tener la oportunidad de observar,
escuchar y ver cómo funciona por dentro el servicio de urgencias me hizo sentir
una privilegiada.
Pero empezar a
convivir con los percances, lesiones, malestares, dolores, deterioros físicos y
cognitivos, estados de ánimo y enfermedades de los demás resulta una experiencia intensa, genera una
fuerte presión y desgaste emocional. Porque ver sufrir a las personas nunca
resulta agradable. Sentir además que quizás podrías no estar a la altura de la
situación, ya que de la teoría a la práctica siempre hay un gran trecho,
provoca dudas y angustia.
Una de las
funciones de los celadores es subir a planta para ayudar a las auxiliares de
enfermería en las movilizaciones, aseo y cambios de pañal de los pacientes que
lo requieren. Ver a una persona en una situación tan íntima, sentirla tan
vulnerable, te remueve por dentro. Impacta y conmueve. Sientes como si delante
tuvieras un espejo, ves reflejada la situación a la que probablemente
llegaremos muchos de nosotros. Al salir de mi primer turno de doce horas me
sentí desbordada emocionalmente y lloré. Y pensé que igual no iba a servir para
esto.
Es duro enfrentarse
a la realidad de lo que acontece en un hospital. Aprender a crear una coraza,
pero sin dejar de ser humano, para que las situaciones difíciles te afecten en
su justa medida y no te persigan a todas horas, porque de otra forma no serías
realmente efectivo. Imagino que será cuestión de tiempo y de experiencia.
Si por el camino coincides
con compañeros, de todas las disciplinas, humildes, cercanos, dispuestos a
explicarte bien las cosas, comprendiendo tus dudas e inseguridades todo resulta
mucho más llevadero. De otra forma te preguntas qué necesidad tienes tú de
aguantar esto. Te dan ganas de arrojar la toalla y dedicarte a otra cosa que no
suponga un desgaste emocional y físico tan elevado.
Cuando nos ha
tocado a nosotros o a un familiar pasar por ‘chapa y pintura’ valoramos mucho
el saber y la atención de médicos y enfermeras. Pero quizás no tanto el trabajo
de otros eslabones de la cadena sanitaria. No es mi caso, porque cuando he
tenido familiares hospitalizados siempre he admirado y agradecido muchísimo las
funciones que realizan las auxiliares de enfermería. Creo que a veces no está
realmente pagado. Estos profesionales, la mayoría mujeres, son de una pasta
especial. Por supuesto que hay de todo, pero las que yo he conocido hasta ahora
son bastante cercanas y agradables con los pacientes.
Ahora también
valoro más a los celadores. Porque estos hombres y mujeres suelen ser los
primeros en recibir al paciente y familiares cuando llegan al hospital. Ellos
les acompañan a realizarse ciertas pruebas, a entrar y salir de quirófano o de paritorio, o a ingresar en
planta. Me parece que en estas situaciones, cuando el miedo a lo desconocido, a
lo que pueda acontecer nos domina y paraliza, todos queremos tener a nuestro
lado a grandes profesionales pero sobre todo a grandes personas. Porque una
mirada, una sonrisa, una palabra, un poco de sensibilidad y empatía, un
acercamiento humano discreto y respetuoso, ayuda muchísimo.
Aunque llevo muy poco
tiempo en un hospital, ya he percibido que algunos eslabones de la cadena sanitaria
tratan a veces a los celadores con cierto desdén y menosprecio, les ven como
los últimos. Quien lo hace se equivoca porque la labor humana que realiza este
colectivo, al igual que el de las auxiliares de enfermería, a mi parecer
resulta bastante importante para hacer mucho más llevadera y soportable la
estancia en un hospital.
Por muchos estudios
académicos, formación, nivel cultural, experiencia profesional, posicionamiento
social, dinero, y otros aspectos, ‘nadie es más que nadie, ni menos que nadie’.
Nunca he soportado, y evito en lo posible, a las personas que tienen el ego por
las nubes. Que desprecian o infravaloran a los que ellos presuponen por debajo
de su nivel. Podrían llevarse una gran sorpresa, porque igual el inferior a sus
ojos resulta que también ha pasado por la universidad, o tiene otros talentos y
cualidades que él o ella no poseen. Cuando lleguen a mayores puede que
necesiten a alguien para cubrir sus necesidades más íntimas.
Lo más bonito de un
hospital, si todo ha ido bien, es sin duda compartir la llegada de una nueva
personita. Ver al bebé sobre el pecho de su madre, que desborda cansancio y
amor por los cuatro costados. Y la cara y atenciones que dispensa el padre de
la criatura, emociona.
También reconforta
observar como algunas personas se sienten más tranquilas, agradecidas, por las
palabras o gestos que les has dedicado.
Para este trabajo y
para muchos otros estaría bien ponerse siempre en el lugar del otro. Actuar
como nos gustaría que lo hicieran con nosotros o con nuestros seres queridos.