jueves, 28 de enero de 2016

Mano de hierro contra el abuso, violación y asesinato infantil


Mañana en la localidad burgalesa de Hontoria del Pinar la familia de la pequeña Alicia vivirá una autentica pesadilla. Tendrán que enfrentarse a una situación indeseable y equivocada, fuera de lugar. Algo que nadie se merece. Vivirán el momento más difícil y doloroso de sus vidas. Dar sepultura a una criatura que apenas levantaba un metro del suelo.

Cuando crees que ya lo has leído y escuchado todo sobre abusos sexuales y violencia de género ejercida sobre menores, surge de un día para otro un nuevo caso más salvaje, espeluznante y desgarrador. ¿Pero qué clase de alimaña es capaz de abusar de una criatura y arrojarla después a través de una ventana al vacío?

Sentirse sobrecogido, consternado, sin poder contener las lágrimas, imaginando con gozo las aberraciones que semejante monstruo se merecería es totalmente lógico y humano. Porque resulta imposible buscar y analizar un por qué, dar con una explicación, con un algo que justifique y alivie la pena y la rabia que como seres humanos nos invade desde las entrañas, por el asesinato tan vil y cobarde de la pequeña Alicia. Y por la brutal agresión que sufrió la madre, que pudo salvar su vida por enfrentarse con uñas y dientes a su agresor.

Gabriela evoluciona favorablemente de sus múltiples traumatismos en el hospital, fuera ya de la UCI ingresada en una habitación de planta. Las lesiones físicas padecidas, dejando alguna que otra cicatriz, sanarán. Pero el daño psicológico, el caos y destrozo mental permanecerá prácticamente de por vida.
Cómo consolar y resarcir a esta joven, con toda una vida por delante, de semejante experiencia tan inmerecida, inesperada, siniestra y amarga. Prudencia y sensatez pido a todos aquellos que se consideren capaces de cuestionar el proceder y las decisiones de esta mujer, de juzgar a una víctima.

Que nuestros representantes políticos manifiesten condena y repulsa ante acontecimientos tan atroces, y decidan implicarse en minutos de silencio y concentraciones me parece lógico y sensato. Pero a estas alturas de mi vida yo ya no me conformo con todo eso. Yo les tengo que exigir mucho más. Bastante más. Medidas y actuaciones firmes, concretas, efectivas, y menos palabras.

Yo quiero que a esta alimaña que ha roto la vida a tantas personas, al que en principio le imputan un delito de asesinato consumado por matar a la pequeña arrojándola por la ventana, y otro delito de asesinato en grado de tentativa por haber tratado de acabar también con la vida de la madre, le apliquen la pena máxima de la última reforma del Código Penal: prisión permanente revisable.

Me decía hace unos minutos una amiga, que a los hombres capaces de abusar y violar a un menor, no deberían de aplicarle en las prisiones el protocolo de prevención de suicidio, y medidas adicionales para garantizar su seguridad. Le he respondido que sería demasiado injusto, bien por propia iniciativa o la de otros, que pudieran perder la vida tan fácil y rápido.


¡No hija no, de eso nada! Yo pido, exijo a nuestras autoridades que a este tipo de monstruos se les condene y encierre de por vida. Que no vuelvan a salir a la calle. Que pasen el resto de su vida enclaustrados. Porque por mucho tratamiento y reinserción que se les aplique, los pedófilos, los pederastas nunca dejarán de agredir y violar. 

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