lunes, 25 de abril de 2016

El honor de ser armado caballero


La semana pasada se celebró el IV Centenario de la muerte de Cervantes y de Shakespeare. Desde ‪Protocol Bloggers Point  #‎PBP propusieron sumarse a esta efeméride con un reto. Buscando detalles de ‪‎ceremonial, ‪etiqueta y ‪protocolo en cualquier obra de Cervantes y/o de Shakespeare.

Quizás llego un poquito tarde, pero yo también deseaba participar en este reto.

Me decidí por la obra de “Don Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes. He escogido el capítulo que narra la ceremonia tan peculiar que urdió Don Quijote para armarse caballero.

Explica Ricardo Krebs en su libro “Historia de la Edad Media”,  que en el mundo medieval el ser armado caballero era además de un honor, una forma de contribuir a hacer las costumbres menos rudas, desarrollando el sentimiento del honor y de la cortesía.  

“Los nobles enviaban a uno de sus hijos a la corte de otro señor feudal para que éste lo armase caballero. Aproximadamente de los 7 a los 13 años el Paje vive dentro del castillo. Aprende historias y poemas que resaltan el ideal caballeresco. Desde los 14 a los 20 años el Escudero aprendía a manejar armas y a cabalgar. Acompañaba al señor en sus viajes y debía defenderlo de los ataques que sufriera. En esta etapa, según como actuó en las diversas circunstancias, radica la decisión de si será o no armado caballero”.

“Primeramente el escudero ayunaba, lo que significaba las privaciones que padecería en su vida. Al atardecer  iniciaba una vigilia a sus armas en la iglesia del castillo, lo cual da indicios de la fe que debe demostrar. Al día siguiente el joven asiste a la eucaristía. Posteriormente los padrinos debían dar testimonio de la idoneidad del escudero para ser admitido a la caballería.
El momento central de la ceremonia viene con el nombramiento del señor feudal, que invoca a la Trinidad, y por medio de ella el escudero ya es nombrado caballero en sí. Este momento culmina con el golpe de la hoja de la espada en la espalda del nuevo caballero, el "espaldarazo". Para finalizar los padrinos se acercan al caballero, le colocan las espuelas doradas y le entregan el yelmo y el escudo”.


En la novela de Cervantes, Don Quijote llegó a una venta que creyó un castillo y solicitó al ventero que le armara caballero.

“No me levantaré jamás de donde estoy, valeroso caballero, fasta que la vuestra cortesía, me otorgue un don que pedirle quiero, el cual redundará en alabanza vuestra y en pro del género humano…”

“El don que os he pedido, y de vuestra liberalidad me ha sido otorgado, es que mañana, en aquel día, me habéis de armar caballero, y esta noche en la capilla de este vuestro castillo velaré las armas; y mañana, como tengo dicho, se cumplirá lo que tanto deseo…”

“El ventero, que como está dicho, era un poco socarrón, y ya tenía algunos barruntos de la falta de juicio de su huésped, acabó de creerlo cuando acabó de oír semejantes razones, y por tener que reír aquella noche, determinó seguirle el humor; así le dijo que andaba muy acertado en lo que deseaba y pedía, y que tal prosupuesto era propio y natural de los caballeros tan principales como él parecía, y como su gallarda presencia mostraba…”

“Díjole también que en aquel su castillo no había capilla alguna donde poder velar las armas, porque estaba derribada para hacerla de nuevo; pero en caso de necesidad él sabía que se podían velar donde quiera, y que aquella noche las podría velar en un patio del castillo …”

“Se dio luego orden como velase las armas en un corral grande, que a un lado de la venta estaba, y recogiéndolas don Quijote todas, las puso sobre una pila que junto a un pozo estaba, y embrazando su adarga, asió de su lanza, y con gentil continente se comenzó a pasear delante de la pila; y cuando comenzó el paseo, comenzaba a cerrar la noche…” 

"Contó el ventero a todos cuantos estaban en la venta la locura de su huésped, la vela de las armas y la armazón de caballería que esperaba. Admirándose de tan extraño género de locura, fuéronse a mirar desde lejos, y viero que, con sosegado ademán, unas veces se paseaba, otras arrimado a su lanza ponía los ojos en als armas sin quitarlos por un buen espadio de ellas..."

“Antojósele en esto a uno de los arrieros que estaban en la venta ir a dar agua a su recua, y fue menester quitar las armas de don Quijote, que estaban sobre la pila, el cual, viéndole llegar, en voz alta le dijo: ¡Oh tú, quienquiera que seas, atrevido caballero, que llegas a tocar las armas del más valeroso andante que jamás se ciñó espada, mira lo que haces, y no las toques, si no quieres dejar la vida en pago de tu atrevimiento!... Alzó la lanza a dos manos y dio con ella tan gran golpe al arriero en la cabeza, que le derribó en el suelo…”

“Llegó otro con la misma intención de dar agua a sus mulos; y llegando a quitar las armas para desembarazar la pila, sin hablar don Quijote palabra, y sin pedir favor a nadie, soltó otra vez la adarga, y alzó otra vez la lanza, y sin hacerla pedazos hizo más de tres la cabeza del segundo arriero, porque se la abrió por cuatro. Al ruido acudió toda la gente de la venta, y entre ellos el ventero…”

“Los compañeros de los heridos que tales los vieron, comenzaron desde lejos a llover piedras sobre don Quijote, el cual lo mejor que podía se reparaba con su adarga y no se osaba apartar de la pila por no desamparar las armas. El ventero daba voces que le dejasen, porque ya les había dicho como era loco, y que por loco se libraría, aunque los matase a todos…”

“No le parecieron bien al ventero las burlas de su huésped, y determinó abreviar y darle la negra orden de caballería luego, antes que otra desgracia sucediese…”

“Trujo luego un libro donde asentaba la paja y cebada que daba a los arrieros, y con un cabo de vela que le traía un muchacho, y con las dos ya dichas doncellas, se vino a donde don Quijote estaba, al cual mandó hincar de rodillas, y leyendo en su manual (como que decía alguna devota oración), en mitad de la leyenda alzó la mano, y diole sobre el cuello un buen golpe, y tras él con su misma espada un gentil espaldarazo (siempre murmurando entre dientes, como que rezaba). Hecho esto, mandó a una de aquellas damas que le ciñese la espada, la cual lo hizo con mucha desenvoltura y discreción, porque no fue menester poca para no reventar de risa a cada punto de las ceremonias; pero las proezas que ya habían visto del novel caballero les tenía la risa a raya. Al ceñirle la espada dijo la buena señora: Dios haga a vuestra merced muy venturoso caballero, y le dé ventura en lides. 
Don Quijote le preguntó como se llamaba, porque él supiese de allí en adelante a quién quedaba obligado por la merced recibida, porque pensaba darle alguna parte de la honra que alcanzase por el valor de su brazo. Ella respondió con mucha humildad que se llamaba la Tolosa, y que era hija de un remendón, natural de Toledo, que vivía a las tendillas de Sancho Bienaya, y que donde quiera que ella estuviese le serviría y le tendría por señor. Don Quijote le replicó que por su amor le hiciese merced, que de allí en adelante se pusiese don, y se llamase doña Tolosa..."

“Hechas, pues, de galope y aprisa las hasta allí nunca vistas ceremonias, no vio la hora don Quijote de verse a caballo y salir buscando las aventuras; y ensillando luego a Rocinante, subió en él, y abrazando a su huésped, le dijo cosas tan extrañas, agradeciéndole la merced de haberle armado caballero, que no es posible acertar a referirlas. El ventero, por verle ya fuera de la venta, con no menos retóricas, aunque con más breves palabras, respondió a las suyas, y sin pedirle la costa de la posada, le dejó ir a la buena hora...”


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