Tengo
amigas que escriben igual o mucho mejor que yo, pero nunca tendréis la
oportunidad de leer algo suyo. Escriben por y para sí mismas. Las quiero mucho
y lo saben. Pero a veces les rabio un poco, y no las entiendo. Considero que
son egoístas por no permitir a los demás disfrutar de su don. O poco atrevidas
por miedo a las críticas o comentarios que podrían recibir.
También
viví aquella etapa, en que solo compartía en petit comité. Cuando me brindaron la oportunidad de trabajar en
prensa, no dude en desplegar las alas y volar. Y cuando vuelas deseas cada vez
abarcar y aventurarte más. Experimentas, dudas, te arriesgas, temes, aciertas,
te equivocas y disfrutas. Pero lo más enriquecedor es que aprendes a afrontar
la crítica. Poco a poco vas ganando en confianza y seguridad, para recibir la
opinión de los demás. Desarrollas
destrezas para no ponerte de inmediato a la defensiva, y aprendes a responder,
sí procede y conviene, siempre con asertividad. Lo que jamás hay que permitir
es que nos falten al respeto. Porque como en su momento me recordó un buen amigo
“Nadie es más que yo; ni menos que yo”.
Hace
unos días ese amigo y otra amiga, me impartieron una clase magistral sobre como
criticar. No compartían algunos de los comentarios que expuse en uno de mis últimos
post. Agradecida les estoy. He leído varias veces sus palabras, sus
recomendaciones y las quiero compartir.
“Te
hago un cordial llamamiento, si me lo permites, a pintar con pinceles muy
finos, aunque resulte más laborioso, en todas las materias. Harás un enorme
favor a la mayor parte de la gente acostumbrada a ver pinturas de brocha
gruesa. Las generalizaciones
casi nunca son justas. Yo también generalizo demasiadas veces. Me dejo
contagiar por el común; y eso -te lo diré académicamente- me perturba
profundamente al ver que reparto porquería a brochazos, injustamente. Ten siempre presente el consejo de Voltaire “calumnia,
calumnia que algo queda”.
“Esta es mi opinión,
sé que la respetas como yo la tuya, lo importante es poder decirnos lo que
pensamos, así, sin emitir juicios de valor como dos mujeres adultas”.
Nuestra
sociedad sobrevalora el éxito y menosprecia el fracaso. Pero para ser
equilibrados, humanos y mejorar, creo que necesitamos vivir ambas situaciones.
Unas veces perder y otras ganar. Así el ego se mantiene a raya. Y los pies, por
muy bien que nos pueda ir, siempre sobre la tierra. No debería costarnos tanto
encajar lo que a otros no les gusta de nosotros. Ni sentirnos tan agobiados por
querer ser aceptados por los demás. A veces a costa de renunciar o prescindir
de pensamientos, percepciones e ideas propias. Gran error. No compensa
convertirse en lo que no eres por agradar al otro.
Hay
que reconocer que cuando nos critican con ira, rabia, en tono despectivo,
faltándote al respeto, de forma destructiva e hiriente eso duele, y mucho. A
todos nos gusta recibir afecto y amor incluso cuando somos criticados. Además
ese tipo de crítica tan agresiva y descontrolada sirve para poco. Sin embargo
cuando recibes juicios de otros con sensatez y argumentos, esos sí te sirven
para reflexionar y mejorar. Por tanto yo siempre intentaré mantener la apertura
a la revisión permanente.
Como he
leído en más de una ocasión: “Dime cómo criticas y te diré quién eres…Dime cómo
recibes juicios ajenos y te diré cómo quieres ser”.
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