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Ya
tenemos lamentablemente otra fecha para recordar, hasta dónde es capaz de
llegar el ser humano cuando el fanatismo religioso, la maldad y el odio corroen
mente y corazón. Y la persona deja de ser persona para convertirse en un
demonio, de carne y hueso capaz de asesinar de la forma más violenta y
despiadada a todo el que se cruce en su camino. Poderosa arma la del terror. Qué
bien lo saben estos monstruos.
Con
el estómago encogido, nos acostábamos todos cuantos conocimos casi de inmediato
lo que estaba sucediendo en el centro de París. Y así nos hemos despertado la
gente de bien. Sobrecogidos, desconcertados, conmocionados, confusos, con mucha
tristeza y con miedo.
Miedo
porque como señala José Manuel Velasco “en cualquier rincón del mundo somos
vulnerables a la acción salvaje del terrorismo. Nuestra vida depende de cómo la
respeten los demás, cómo la protejan los valores del sistema, cómo se
administre la justicia, cómo se eduque para la convivencia y cómo se gestionen
las creencias, entre ellas las que tienen que ver con la libertad".
Según
vamos conociendo más detalles y testimonios de los que han vivido esta masacre,
esta barbarie inhumana sin sentido ni justificación alguna, más preocupación e
incertidumbre nos ronda sobre qué va a suceder ahora. Y más fácil nos resulta
ponernos en la piel de los familiares de las víctimas y de los heridos. Ellos
son ahora los que más ayuda, consuelo y apoyo precisan. Porque se van a
preguntar el resto de sus vidas, por qué.
Yo
no quiero que se liberen los odios y se intoxiquen los corazones de
resentimiento y de ansias de venganza, pero esto no tiene perdón. No se puede eximir
a los yihadistas de sus acciones. Y nos tienen que doler por igual estos
asesinatos como los que están llevando a cabo los mismos autores en otras
partes del mundo.
Hay
que acabar con ellos y urge hacerlo. Tienen que cortar
de raíz la financiación económica que perciben. Tienen que erradicar a los que
están sumando y movilizando a cientos de personas desgraciadas y vulnerables,
convirtiéndoles en autómatas sin piedad ni compasión para su causa. Entrenándoles
para asesinar sin cuestionarse absolutamente nada. Consiguiendo que la meta de
su vida sea matar a cuantos más mejor. Tienen que fulminar, porque por duro que
suene no hay otra manera, a las cabezas que están orquestando todo esto.
Gobiernos, especialistas en terrorismo
y cuerpos de élite de las fuerzas de seguridad tienen que actuar de forma
conjunta, para combatir
y prevenir el terrorismo yihadista.
Pero
si algo debemos tener muy claro siempre y exigirnos todos, aun en los momentos
más duros y desconcertantes, es no confundir jamás ser árabe, ser musulmán con ser
yihadista.
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