Hace
24 años el Organismo Mundial de Salud (OMS) descatalogó la homosexualidad como
enfermedad. Y en la Constitución Española la opción sexual es un derecho
reconocido. La homosexualidad siempre ha estado ahí, es tan antigua como la
misma Humanidad. Entonces por qué a estas alturas algunos siguen sin aceptarla. Atacando, despreciando y
discriminando a seres humanos como cualquier otro. Por qué les cuesta tanto
reconocer que los homosexuales son personas absolutamente normales. Pero quién,
en su sano juicio, se puede atrever a juzgar una relación de pareja, sean del
sexo que sean, cuando lo único que cuentan son los sentimientos y el respeto
que exista entre ambos. Otra cuestión sería si se está produciendo cualquier
tipo de maltrato o abuso, por parte de alguno de ellos.
Aburridita
estoy de tanta hipocresía y obstinada ignorancia de la gente, dentro y fuera de
la Iglesia Católica, que vive obsesionada por imponer sus creencias y su moral,
aun por encima de las leyes de la democracia, y del respeto que le deben a
quienes no piensan igual que ellos.
Voy
a tratar de pensar que las salidas de tono, de algunos representantes de la
Iglesia, y también del mundo de la política, respecto a la homosexualidad, no
representan al sector mayoritario que los sigue.
Afirmaba
recientemente el papa Francisco que no juzga a los homosexuales. “Si una
persona es gay, busca al Señor y tiene buena voluntad, quién soy yo para
juzgarla”.
Pues
lamentándolo mucho le voy a tener que chivar al jefe, que su nuevo cardenal Fernando Sebastián, ha manifestado
públicamente que la homosexualidad “es una deficiente sexualidad que se puede
normalizar con tratamiento”. Le voy a sugerir al Papa que lo meta en vereda, a
él y a todos aquellos propensos a este tipo de declaraciones. Se equivocan y mucho.
Más le valdría estar calladitos en beneficio de la institución, porque todos
sabemos que han escondido abusos a menores y casos de pederastia. Y eso sí que
es grave, criticable y con derecho a castigo. Propongo que cuando metan la patita les envíen a unos
ejercicios espirituales. O quizás les convendría más ser destinados a una
modesta parroquia, donde la mayoría de los feligreses padezcan graves apuros
económicos. Vamos que pongan los pies en la tierra, de vez en cuando.
Decía
anteriormente que estos prejuicios morales, tan cansinos ya, proceden también
del mundo de la política. Que alguien me explique, cómo no indignarse cuando el
alcalde de Sochi la ciudad rusa dónde mañana comienzan los Juegos Olímpicos de
Invierno, declara alegremente que “en nuestra ciudad no tenemos gays. Pero los
visitantes gays serán bienvenidos si respetan las leyes de Rusia, y no imponen
su hábito a los demás”. Pero de qué hábito habla este hombre. Acaso la
homosexualidad es una tendencia, una moda, una corriente, una elección como ser
vegetariano, gótico o pijo.
Pero
vamos a ver, hablando claro, qué asusta o molesta tanto a estas personas tan
intransigentes y estrechitas de mente, que se creen por encima del bien y del
mal.
Quizás
les preocupa la perpetuación de la especie. Pueden dormir tranquilos que
asegurada esta. Sí para la Iglesia Católica el único fin de la sexualidad es la
procreación, y por ello no acepta la homosexualidad, porque de esa unión no
nace un nuevo ser, demuestran ser poco inteligentes y coherentes. Qué sucede
entonces con las parejas heterosexuales estériles. Vivimos pues en pecado
permanente todos los matrimonios de hombre y mujer, porque solo procreamos una,
dos o tres veces a lo largo de toda una vida. Piensan quizás que los
homosexuales son más promiscuos, o recurren al sexo comprado en más ocasiones
que los heterosexuales, y ello les causa gran pesar y desolación. Pues vuelven
a equivocarse y mucho. Interior
señala que la prostitución mueve 5 millones de euros diarios en España. Sí el
porcentaje de homosexuales no suele sobrepasar en torno a un 10% de la
población, las cuentas no me salen.
Resumiendo
que cada uno conviva con quien le apetezca. Aquí lo importante es que hombres y
mujeres sean ante todo personas, buenas personas. Se
les puede exigir que sean humanos y buenos profesionales. Con quien se metan o
dejen de hacerlo en la cama resulta totalmente indiferente.
Que se
apliquen algunos señores de la Iglesia el Evangelio según San Lucas, capítulo
6, versículos del 37 al 38. “No juzguen
a otros, y Dios no los juzgará a ustedes. No condenen a otros, y Dios no los
condenará a ustedes. Perdonen, y Dios los perdonará. Den a otros, y Dios les dará a
ustedes. Les dará en su bolsa una medida buena, apretada, sacudida y repleta.
Con la misma medida con que ustedes den a otros, Dios les devolverá a ustedes.”
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