Me parece que ya he comentado en alguna ocasión que a veces cuando voy a la biblioteca el título, portada y contraportada de algún libro me atraen de manera irresistible. Así me ha sucedido con mi primera novela de Pepa Roma. Una gran novela que me ha generado cierta incomodidad, te remueve por dentro. A ratos me he sentido tan identificada con la protagonista, Cándida, que sentí ganas de dejar de leer.
Pepa Roma nos habla de recuerdos incompletos y dolorosos, de secretos e historias familiares complicadas. De una madre tirana, dominante y egoísta. Unos hijos sumisos, atados por una cuerda de miedo y temor. De un padre desdibujado, siempre a la sombra de la madre. Y un hermano, Ángel, por el que siente un amor incondicional, al que acompaña en el proceso de su enfermedad.
Escrita en primera persona la protagonista nos muestra todos sus miedos, certezas y convicciones. Ha ido hipotecando su vida por obligaciones que no es capaz de evitar ni dejar a un lado. La autora aborda también otros temas como las relaciones de pareja, la discapacidad, el abuso a menores. Y nos muestra al detalle la ciudad, Barcelona, en la que ha crecido la protagonista. Descendiente de una saga familiar de la burguesía barcelonesa.
Comparto algunos párrafos que me hicieron reflexionar.
“Toda madre espera de su hija una compensación por sus carencias. Lo que no fueron y quisieron ser; la falta de atención o ausencia del marido; la ayuda que les falta. Aquella madre que le dio la vida quiere cobrarse lo suyo, pide cuentas a su hija, le exige que le devuelva los cuidados, la vida que le dio – continúa la psicóloga”.
“Hay que escoger cada día. A cada momento”.
“En algún momento hay que parar, me detengo un instante ante el esplendor del aguacero en pleno mediodía, el verde intenso de los árboles de enfrente; detener la correa mecánica y encontrar tiempo para no hacer nada, entrar en un espacio de contemplación en el que uno se vuelve disponible a lo real. Dejarse penetrar por lo que nos rodea. Mi hermano está aquí para decírmelo y yo no había sabido escuchar”.
“Mi familia era un mundo que se ordenaba con mi madre en el centro y los demás girando en torno suyo como planetas en órbita alrededor del sol. El valor de quien tenía al lado, el valor de la vida de los demás, sobre todo la de sus hijos, se medía exactamente por el grado de utilidad que podía extraer de ellos”.
“Siempre he querido demostrarle a mi hermano que el valor de su ser es muy superior al que le enseñaron a otorgarse a sí mismo. La enfermedad al menos ha servido para esto, para descubrir cuánto valor tiene su existencia para mí, pero también para él”.
“Una conjunción de imágenes holográficas, donde puedes encontrar la sonrisa ingenua del niño junto a la resignación del viejo. Ése es el fantasma, imagino, que queda de nosotros, ese cuerpo astral donde queda impreso todo aquello que hemos hecho y nos ha hecho, lo vivido y lo soñado, la impronta de nuestras acciones y la que dejaron en nosotros los demás. Todo eso que nos hace singulares y nos define de alguna manera es la imagen que intercambian nuestros inconscientes y percibe todo aquel que conocemos y guardará de nosotros antes y después de muertos”.
“Siento el gran regalo que ha sido como hermano, que es. Más y más. El regalo que solo pueden hacerte esas personas que parecen estar ahí por nada, el regalo de su presencia, de su existencia; eso que te recuerda una verdad profunda y callada que no puede verse ni oírse, sólo percibirse por extraños caminos”.
“Dicen que en muchas culturas el loco, el demente, el deficiente es considerado un ser especial. Especial porque su misión es llevar por nosotros algo que hemos perdido: la ingenuidad, algún tipo de visión, eso que es eliminado o dañado en el proceso de hacernos adultos y aceptables”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario