jueves, 5 de mayo de 2011

El Fantasma

3º Premio en el XVI Certamen Literario “8 de marzo”
Ayuntamiento de Molina de Segura.


“El Fantasma”

    Hoy he vuelto a discutir con Manuela. Está muy sensible últimamente. A la más mínima rompe a llorar. Procura hacerlo a escondidas, pero casi siempre la descubro. Igual es que padece mal de amores y no lo quiere compartir para no preocuparme. Aunque ahora que lo pienso, salir no es que salga mucho. A mí parecer se dedica muy poco tiempo, y eso siempre acaba pasando factura. En alguna ocasión, cuando pierde los nervios, que siendo franca tampoco es muy frecuente, me ha llegado a decir ¡que la tengo esclavizada!
    El caso es que para demostrarle mi enfado he decidido no merendar. Y eso que hoy tocan natillas. Nadie las prepara como ella. Cuando le pregunto por la receta, la condenada no suelta prenda. Dice que la enseñó su madre.
    De un tiempo a esta parte Manuela me reprocha que me enojo y enrabieto por cualquier tontería. Ella tampoco reconoce que me lleva mucho la contraria, que se ha vuelto muy estricta con los horarios y la rutina semanal. Y sobre todo muy marimandona.
    La cuestión es que a menudo me repite que invento cosas, que tengo demasiada imaginación. La otra tarde me llegó a decir ¡que vivo en otro mundo! De momento, a mí nadie me ha demostrado que exista otro, pero quién sabe, con tantos adelantos que tenemos hoy en día… De lo que sí me siento plenamente segura y convencida es de que existen los fantasmas. Porque en casa tenemos uno. Cada vez que intento demostrar a Manuela que este espíritu se ha instalado entre nosotras, o se echa a reír como una histérica o a llorar con gran desconsuelo. Igual es que siente miedo y prefiere ocultármelo.
    Pero a mí los fantasmas no me asustan. Tampoco los espíritus. Cuando era niña, mi abuela siempre me decía que “hay que temer más a los vivos que a los muertos”. Además, el fantasma de casa es pacífico, y muy juguetón. De vez en cuando me gasta alguna broma. Todo queda en eso. Ayer tarde, tras mi siesta, pude comprobar que había vuelto a hacer de las suyas. Se llevó de mi joyero una de mis pulseras favoritas. Al principio me enfadé muchísimo. Pero luego comprendí que sólo se trataba de un juego, porque la encontré dentro del costurero. Y como siempre, acabé por disculparle. 
    Todos los martes, cuatro veces al mes, Manuela me despierta un poco más temprano. Quiere que esté vestida y desayunada para recibir a nuestro ángel de la guarda. ¡Mira que es testaruda esta mujer! No se cansa de insistir en que debemos llamarla por su nombre de pila, Rocío. Me ha explicado varias veces que mi ángel nos visita semanalmente porque en eso consiste su trabajo. En comprobar nuestro estado de salud y de ánimo. Se preocupa de que tengamos bien llena la nevera y de que no falten las medicinas que debemos tomar cada día. Vigila que la casa esté limpia y ordenada y que pese a lo solas que estamos nos sintamos felices. Me da la impresión de que Rocío se ha encariñado con nosotras. Se la ve tan a gusto que cualquiera diría que está trabajando y no de visita.
    La zagala es guapa y muy atenta. Le gusta escuchar. También tomar notas en su agenda. Aunque a veces me repite lo mismo una y otra vez. Y le da por preguntarme cada cosa… Unas veces quiere saber qué comí anteayer o si he terminado la casita de punto de cruz que llevo meses bordando. Otras quiere que le conteste en qué mes estamos o qué día es mi cumpleaños. Hay que reconocer que un poquillo despistada sí que es.

Pero si, como dice Manuela, visita varios domicilios cada día no me extraña que se olvide de mis respuestas, con tantas cosas que debe memorizar.
    El caso es que yo nunca se lo tengo en cuenta. Nadie es perfecto. Ella y Frida son casi las únicas compañías que tenemos. Frida es una vecina que acude a nuestro hogar, unas horas, cada día para ayudar en las tareas, mientras Manuela sale a la calle a comprar y a distraerse un rato. Al principio, por ser de fuera, tuve mis reservas pero desde hace tiempo es una más de la familia. Hace mucho que dejó de importarme el color de su piel.  
    En ocasiones mientras Frida pasa la aspiradora, moviendo las caderas al compás de la música Salsa que tanto le gusta escuchar, yo aprovecho para quedarme sola en el salón. Me siento en mi sillón y fijo la vista en el único cuadro que preside la sala. Lo miro y remiro. Nunca me canso. Me serena el cielo tan azul, despejado por completo de nubes. Me seducen los distintos verdes de los arboles. Disfruto de los tonos ocres, beige y marrón. Y del blanco inmaculado de las calles, tan estrechitas y empinadas. No recuerdo cuándo lo compré ni quién lo pintó, pero sí lo que representa. Es el pueblo donde vine al mundo y probablemente viví los mejores años de mi vida. Mi tierra a la que tanto me gustaría regresar. A Rocío le hablo mucho de ella. De sus gentes, paisajes, historia, cultura, tradiciones y fiestas. A menudo acabamos las dos echándonos unas risas. Sobre todo cuando le cuento la mayor de las travesuras que cometí siendo niña. Mi familia siempre tuvo gallinas. Era mi abuela la que recogía cada mañana los huevos, y las sacaba al corral para que tomaran el sol y camparan a sus anchas. La mujer las quería con locura. Sin embargo a mí me daban asco y miedo.
Tanto las llegué a aborrecer que decidí acabar con ellas. Un domingo por la mañana les di de comer pan y trigo empapados en vino. Nunca olvidaré los gritos, lloros y aspavientos de mi abuela cuando al regresar de misa descubrió lo sucedido. Si la memoria no me traiciona, esa fue la única vez que mi abuela me dio un bofetón con su inmensa mano huesuda. Debió dolerle más a ella que a mí. Lo peor de todo fue que me castigaron una semana sin tomar fruta. Y eso que las puñeteras gallinas a la mañana siguiente amanecieron tan escandalosas, arrogantes y asquerosas como siempre.
    A Manuela no le agrada escuchar mis historias. Las evita siempre que puede y cuando le pregunto si vamos a ir al pueblo me desvía la mirada y tuerce el gesto. Debió de llevarse una gran decepción o un tremendo disgusto. Quizás ambas cosas. Nunca me ha explicado por qué no quiere volver.
    El caso es que descubrí, hace una semana, que con algún familiar o amistad continúa teniendo contacto. Porque aunque ella fue rauda y veloz en esconderlo, yo llegué antes. Y pude leer, escrito a mano en letras mayúsculas, la procedencia del paquete que Frida colocó sobre la bancada de la cocina.
     Dicen que la vida te da sorpresas. Y vaya si te las da. Pocos días después de recibir el misterioso obsequio sucedió algo que seguro tardaré en olvidar.
Una mañana por fin pude conocer a mi fantasma. Una mujer ya entradita en años. La vi reflejada en el espejo de mi alcoba. Al principio me sobresalté, pero luego me sedujo su tierna e inocente mirada. Su sonrisa me cautivó. Grité varias veces el nombre de Manuela. Cuando por fin se presentó, en vez de alegrarse del suceso que estaba aconteciendo, se puso blanca como la pared.

Me sorprendió su expresión de perplejidad cuando comenzó a temblar y casi en un susurro, entre sollozos y a trompicones, exclamó:
-         ¡Basta ya! Abre los ojos. Sal de tu mundo. No hay ningún fantasma.
No existen los fantasmas. Mírate. Eres tú. María, ¡mi madre!
Seguí mirando al espejo, mientras, Frida entró y la abrazó obligándola a salir del cuarto. Cerré la puerta y permanecí mucho rato observando al fantasma.  Y pensando en lo que me había dicho. Pero qué ocurrencia y qué mal gusto el de esta muchacha. De sobra sé que es mi única sobrina. Y el fantasma sorprendentemente se parece mucho a mí. Tanto como una hermana gemela.
    Menos mal que durante varios días mi ángel prácticamente se instaló en casa y medió entre nosotras. Fue tal el disgusto y berrinche que sufrí, que durante tres días me negué a salir de mi cama. Todavía no he perdonado a Manuela, del todo, pero la quiero tanto. Puede que incluso más que a una hija.
    Hace poco Rocío me ha explicado que en verano viajaremos a mi pueblo. Es muy probable que ella y también Frida nos acompañen. Parece muy sincera. Aunque tengo mis reservas. Igual me lo dice para tenerme conforme y serena. No termino de entender por qué Manuela ahora sí está dispuesta a visitar el pueblo. Aunque muy entusiasmada no se la ve. A Frida le pregunto, cada dos por tres, si conoce el motivo de su cambio de actitud. Ella calla y sonríe. A saber que se llevarán estas dos entre manos. 
    Aunque Rocío me repite cada semana que tengo tiempo de sobra para preparar la maleta, ya ando en ello. Es tan grande la ilusión que siento por regresar a mi tierra y reencontrarme con mis parientes, pocos deben quedar ya, que me cuesta decidir lo que quiero llevar. Además el tiempo allí es muy traicionero. A veces, aun brillando el sol, una manga larga no molesta.
Después de mucho insistir, a cabezona no me gana nadie, he logrado sonsacarle a Manuela que nos alojaremos en casa de una de mis primas. No hubiera estado de más que me concretara con cuál de ellas. He preferido no presionarla porque estoy más alegre que unas castañuelas, y no voy a consentir que ella ni nadie me ponga de mal humor.
Lo que no termino de tener muy claro es si el fantasma también nos acompañará o preferirá quedarse en casa. 

~ Delfina Marco ~

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