jueves, 5 de marzo de 2020

Reto a los hombres a que entren en el mundo de las mujeres


Hace unos días me ofrecieron escribir sobre el 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer, y a punto estuve de rechazar la propuesta. Y qué voy a decir yo, pensé, qué puedo aportar, qué necesidad de exponerme públicamente, de intentar ser creativa, original, cuando todos sabemos perfectamente cómo deberíamos comportarnos y actuar para que la igualdad entre mujeres y hombres, en todos los ámbitos de la vida, fuera ya de una vez real y efectiva.

Dudando en sí aceptar o no este reto les comenté por whatsapp a algunas mujeres de mi entorno, y también en mi lugar de trabajo, la propuesta que me habían hecho y les pedí colaboración, que compartieran conmigo sus ideas, reivindicaciones y sugerencias. Reaccionaron de forma tan rápida y enriquecedora que me siento un poco abrumada, porque resulta imposible plasmarlo todo en tan poco espacio. ¡Qué gran responsabilidad escribir ahora!

Aunque algunas se sientan más o menos identificadas o representadas con los actos, celebraciones, concentraciones y manifiestos del 8M, todas coinciden en que hay que acabar con el machismo, con la desigualdad estructural entre hombres y mujeres. Pero sin formar dos bandos, sin culpabilizar a los hombres ni victimizar a las mujeres, sino forjando otra realidad, otros modelos mucho más igualitarios, equitativos, libres y sanos tanto para unas y otros.

Y para llegar a esto hay que terminar con los roles y estereotipos de género,  con los conceptos, actitudes y comportamientos que encasillan, determinan y condicionan tanto a mujeres como a hombres. Que limitan expectativas y metas provocando desigualdad y discriminación. Y esto, que seguimos inculcando y transmitiendo todos de manera inconsciente, solamente puede ser desmontado y corregido con una potente herramienta, la educación.

Hay que educar en igualdad, en valores, desde todos los frentes, todos a una,  familia, escuela y sociedad. Y también en relaciones de pareja, en sexualidad. Hay que enseñar a querer, a amar desde la libertad, el respeto y el diálogo, porque a edades cada vez más tempranas ya están practicando ellos y sufriendo ellas violencia de género. Y no hay mayor fracaso y catástrofe en una sociedad que los más inocentes y vulnerables, los menores, sufran abuso y violencia por nuestra incompetencia y terquedad a la hora de sustituir modelos caducos y dañinos. Permitamos que la escuela ayude a las familias a prevenir y romper los modelos de convivencia tóxica basados en unos roles de género sexistas. Cuidemos en casa, en nuestras relaciones de pareja, nuestros gestos, formas y palabras porque los menores son esponjitas, espejos que imitan y reflejan lo que ven.

Afrontemos también de una vez, eduquemos en ello, que las responsabilidades domésticas, el cuidado y la educación de los hijos, la atención a las personas mayores y enfermos tienen que asumirse y repartirse de forma equitativa. Porque ese sobreesfuerzo, esa doble jornada, ese rol de cuidadora que en la mayoría de los casos asume en un elevado tanto por ciento la mujer trabajadora, parece que nos viene impuesta de fábrica, genera agotamiento físico y emocional, y mucha frustración. Que la mujer se sienta la ‘mula de carga’ conlleva un incremento de las tensiones en la vida familiar y antes o después acaba pasando factura, rompiendo parejas. 


El eterno rol de ‘cuidadoras’ también nos perjudica a nivel laboral. Me comentó una vez un empresario que no contrataba a más mujeres no porque no hicieran bien su trabajo, sino porque cuando no eran los hijos, eran los padres los que las reclamaban debiendo pedir permisos y reducciones de horario para atenderles.

Todos coincidimos en que se han producido muchos avances, pero la mujer todavía no ha alcanzado la igualdad en el ámbito laboral respecto a oportunidades, trato y resultados. Con la misma formación, capacidades y habilidades muchas mujeres realizando el mismo trabajo siguen ganando menos que sus compañeros hombres. ¿Por qué? Además, las mujeres tienen mayores tasas de paro, empleos más precarios, y menos oportunidades de progresar y ascender en su trayectoria laboral. Y la maternidad sigue condicionando e impidiendo la contratación de mujeres, y continúa siendo un motivo de no renovación de contrato y de despidos, muy bien camuflados. Si sumamos a esto las dificultades que tienen las mujeres con discapacidad para acceder al trabajo, o para reincorporarse las que sufren secuelas por haber superado un cáncer, o la invisibilidad que se ha impuesto a las mayores de cincuenta años, el panorama es desalentador y tan, tan injusto. ¡Cuánto potencial, talento y experiencia desperdiciados!

Preguntémonos cada día qué tipo de sociedad queremos para nuestras hijas e hijos y actuemos en consecuencia. Las mujeres, nuestras antecesoras, fueron capaces de plantar cara, batallaron, rompieron moldes para ser libres, para poder  elegir y tomar las riendas de su vida, siendo mucho más que esposas y madres. Nosotras hemos entrado en el mundo de los hombres, y ahora les toca a ellos hacerlo en el de las mujeres.

Queremos hombres, compañeros de viaje, que nos acompañen, sientan, vean y traten como a iguales. Que no vayan ni por delante ni detrás sino a nuestro lado. Hombres empáticos, sensibles, auténticos, que expresen y compartan sus emociones, que se escuchen y conecten consigo mismo, que abandonen esos roles machistas que tanto les exigen y perjudican.
 


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