¿Por
qué escribes de cosas malas? Me recriminó hace unos días mi sobrina. “Mi mamá,
a veces, cuando lee tu blog se pone triste. Y yo no quiero verla así”.
Como
explicarle a una niña que es necesario e importante escribir, denunciar y
divulgar especialmente, aquellos temas duros e injustos que algunos intentan disimular
y ocultar. Que tremendo tener que contarle que en España, por exagerado o increíble
que pueda parecernos, porque cuesta asumirlo y digerirlo, hay niños buscando
comida en las papeleras de sus colegios porque no cenaron o desayunaron. Y
maestros llevando alimentos a clase para llenarles un poco el estómago. Niños
que no se asean lo suficiente porque carecen de agua caliente en sus hogares.
Hogares donde hace tanto o más frío que en la mismísima calle. Colegios en los
que además de libros y material escolar, falta ya hasta el papel higiénico, que
se les pide a los padres.
No
sé sí conseguí hacerla entender, que no escribo para hacer meditar y sufrir a su
madre. Que lo que me gustaría es poder llegar al corazón, sí todavía lo tienen,
revolverle las entrañas y estrujarles el alma a las personas poderosas. A
los dueños y señores de este país que podrían hacer que la vida fuera más
fácil, equilibrada y justa para todos. Y
sin embargo son incapaces de pensar, sólo un poco, en los demás. Nada ni nadie
altera o perturba su sueño. Porque sus ansías de dinero y de poder, su codicia
e indiferencia, sin límites, mató y sepultó hace tiempo su humanidad. Al
parecer no lo hago muy bien, le dije a mi sobrina, porque sólo logro emocionar
a algunas personas sencillas y humildes. Buena gente, con grandes y sólidos valores,
pero con limitada capacidad para poner del revés y reorganizar este país de una
vez por todas. Complicado acceder a los resortes del poder, pero que nadie
olvide que la unión hace la fuerza.
Como
me gustaría que, con palabras, acciones y gestos pacíficos, fuéramos capaces de
romper la coraza, y desarmar de egoísmo, vanidad, envidia, codicia, hipocresía
e indiferencia, y pongan ustedes el orden que más les plazca porque no se
altera el producto, a nuestros banqueros, políticos, empresarios, sindicatos. A
los dueños y señores del país, convirtiéndoles de nuevo en seres humanos. Pero
qué tipo de sangre y de entrañas tienen, consintiendo que sus ciudadanos, que
su gente, se hundan cada día un poco más en un pozo sin fondo. Como es posible
que la miseria y la desesperación de muchos les generen a ellos beneficios.
Cómo
provocar un poco de sensatez y honestidad en ellos. No lástima, ni piedad, ni
caridad, sino buenos y auténticos sentimientos. Estos personajes viven en otro
mundo. Ni oyen, ni escuchan, ni ven, ni miran a la gente. Ni sienten ni padecen
por ellos. ¿A qué esperan? A que la gente pierda la cabeza y empiece a hacer
locuras. A que llegue una epidemia, como en la Edad Media, y se lleve por
delante a los más enfermos y débiles. A que todo el que pueda salga del país
buscando mejores condiciones… Con sus declaraciones y acciones nos están
demostrando, que no les importa que España acabe ingresando en la categoría de
países de tercera fila.
Podían
probar este fin de semana una nueva experiencia. Desconectar la calefacción. Ducharse
con agua fría. Sustituir el croissant de la mañana por un trozo de pan de hace
dos días. Irse a la cama sin cenar. Pasar el día con un caldito ligero de
arroz, patatas o legumbres, leche y yogures caducados y algo de fruta o verdura
excesivamente madura… Serían capaces de hacerse una ligera idea de las
condiciones de vida que soportan ya miles de seres humanos en España.
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