Hace unos días mi
sobrina, con gran desparpajo y salero, trató de sonsacarme qué pensaba pedirles
a los Reyes Magos. Le contesté que lo que sus Majestades quisieran. Como yo me
temía, la genética pocas veces falla, no se dió por satisfecha. Entonces para contentarla
le aseguré que me conformaba con recibir el trofeo y diploma de “tía favorita
del mes”.
En realidad si
existiera la posibilidad de poder formular un deseo, sé muy bien lo que
pediría. Algo que no se puede adquirir con dinero. Que no se intercambia, ni
almacena, ni recupera. Que no se hereda ni traspasa. Que intentamos medir,
controlar, administrar y consumir, unas veces con más éxito que otras. Un
regalo que a menudo no valoramos ni recompensamos. Y que muchas veces lo
apreciamos y deseamos cuando ya es demasiado tarde.
Yo les pido a sus
Majestades: TIEMPO.
Tiempo para
disfrutar de la familia que nos tocó por azar y de la que hemos elegido formar.
Tiempo para poder
deleitarme con cada párrafo de la última novela que ha llegado a mis manos.
Para sumergirme e implicarme en la historia, convirtiéndome en un personaje más
que comparte aventuras y desventuras con el protagonista.
Tiempo para
redactar correos y mensajes a las personas que aprecio y valoro. Compartiendo
emociones, temores, dudas, alegrías y penas. Para crear artículos e historias que sugieren, exponen y
reivindican que necesitamos y podemos conseguir un mundo bastante mejor del que
hemos heredado.
Tiempo para
escuchar, sonreír y abrazar a la amiga con la que voy posponiendo encontrarme,
porque siempre surge algo aparentemente más importante, más urgente.
Tiempo para
convertir el cocinar en una excitante y placentera aventura, y no en una obligación
monótona y reiterativa ¡Qué lujo dejarse atrapar y seducir por los cinco
sentidos! Atreviéndose a experimentar, a crear nuevas composiciones.
Tiempo para caminar
por la calle, de ida o regreso del trabajo, a un ritmo medio que permite
observar cada detalle. E incluso, por qué no, consumir unos minutos conversando
con personas conocidas a las que tantas veces nos limitamos a decir un simple
“hola” o “adiós”.
Tiempo para que el
hecho de alimentarse sea algo más que una necesidad básica. Que comer sea un
motivo de satisfacción, de goce, de encuentro con la pareja o la familia. Masticando despacito, saboreando cada
textura. Y no una carrera en la que engulles e intentas terminar y recogerlo
todo lo antes posible para continuar con otro asunto.
Tiempo en
definitiva, para disfrutar plenamente de los pequeños momentos, que son los que
más felicidad nos aportan, y los que menos valoramos.
Necesitamos tiempo
queridos Reyes Magos para aprender a vivir, a ser mejores personas, y a dejar
un mundo más humano.
¿Y conseguiste que tu sobrina te comprendiera? Tal vez ella esté todavía en una edad en que el tiempo nos sobraba y no sabíamos muchas veces en qué emplearlo. ¿Te acuerdas? Todos fuimos niños un día. ¡Qué tiempos aquellos!
ResponderEliminarComparto ese mismo deseo. Excelente artículo, me ha encantado.
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