lunes, 7 de octubre de 2013

Una práctica aberrante.




En algunos lugares del mundo nacer mujer es lo peor que le puede suceder a un ser humano. En una treintena de países del continente africano, las mujeres como si no tuvieran ya suficiente con enfrentarse al trabajo infantil, a los matrimonios precoces, a la violencia doméstica, los abusos sexuales y  violaciones que raramente se castigan, son sometidas entre los 4 y 14 años a la ablación. Una salvaje práctica que les causará daños irrecuperables.
Señala Unicef que más de 70 millones de mujeres han sufrido la extirpación del clítoris y los labios vaginales. Una tortura que se aplica sin anestesia y en condiciones médicas pésimas, que causa un dolor insoportable, hemorragias, cicatrices, problemas menstruales, infecciones e incontinencia crónicas, pérdida del estímulo sexual, partos difíciles, incluso infertilidad. Y muchas veces la muerte durante o poco tiempo después del crudo ritual.
Las personas que practican la ablación son generalmente comadronas o parteras profesionales. Un servicio valorado y bien remunerado económicamente, por lo que es fácil deducir que el prestigio en la comunidad y los ingresos de estas personas puedan estar directamente ligados a la práctica efectiva de la intervención.
Como la mayoría de las veces sucede la falta de educación, la ignorancia y la pobreza suponen un gran obstáculo para acabar con tradiciones, tan salvajes y cuestionables, que se vienen manteniendo desde hace siglos en la mayoría del continente africano.
Erradicar por completo la ablación va a resultar muy complicado. Dicen los expertos en el tema que tendrá que pasar toda una generación. ¿Nos cruzaremos de brazos y consentiremos que sigan aumentando el número de mujeres castradas? Me temo y lamento que sí.
Pero parece que algunos pasitos se van dando. Descubrir que mujeres de la  de aldea Ngérigne, a una hora de Dakar, han jurado no hacerles jamás la ablación a sus hijas, me reconforta y llena de esperanza.
Felicito y aplaudo públicamente a Agnes, una masai de Kenia, y a Oureye Sall y a todas las mujeres que como ellas han iniciado con gran coraje y valentía una cruzada, viajando de aldea en aldea, explicando y concienciando sobre las tremendas consecuencias físicas y psicológicas que supone la ablación. Luchan para que ninguna niña tenga que vivir aterrorizada esperando el momento en que mutilen su sexo con cortes de navaja.
Gracias al esfuerzo común entre gobierno, sociedad civil y Unicef en algunos países como Senegal la ablación se prohibió por ley en 1999. Y en países como Kenia empieza a cuestionarse esta práctica que ha descendido del 97% al 54%. Pero todavía queda tanto por hacer. Porque en muchos otros países como Gambia, Sierra Leona, Somalia, entre otros, sus mandatarios han declarado públicamente que no aceptarán campañas de lucha contra la ablación. Allí la sociedad sigue pensando, defendiendo y justificando que se practique la ablación, porque consideran que los genitales femeninos son sucios y antiestéticos, también para frenar el deseo sexual femenino y garantizar la honra y la fidelidad de la mujer a su esposo. Y como rito de iniciación de las niñas a la edad adulta en aras de la integración y mantenimiento social.
Le preocupa a Unicef y bastante que la ablación esté traspasando fronteras. Informes publicados en revistas médicas de prestigio han revelado que en Europa, Australia, Canadá y los Estados Unidos se está produciendo un incremento de este tipo de mutilación, realizada en estos casos por personal médico capacitado, entre inmigrantes procedentes de África y Asia sudoccidental.
Por qué tanta maldad y machismo desbocado. Vivimos en un mundo donde a muchos se les están soltando las amarras del alma, y las tuercas que sostienen la razón. Que peligroso puede llegar a ser no sentir cariño, compasión, empatía aceptación e interés por aquellos que nos rodean.

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