Con motivo del día
de los Santos Inocentes no pude contenerme y gasté una broma. Licencia teníamos
todos ese día para urdir y compartir mentirijillas. Por supuesto sin faltar al
respeto ni dañar jamás a nadie. Inventé, con la intención de provocar alguna
que otra risilla, que a corto plazo ingresaba en el apasionante y convulso
mundo de la política.
Resultó divertido y
enriquecedor leer los comentarios de unos y otros. También muy dulce y tierno comprobar
la bendita inocencia de los que me creyeron a pies juntillas. Algunos lo
hicieron porque al parecer pensaban que un mínimo de cualidades sí reunía para
afrontar semejante reto. Desde luego si llegara el caso, que nadie se alarme
porque no lo contemplo, tengo muy claro que antes me prepararía a conciencia.
Recurriría a grandes profesionales con los que sé
que cuento en el mundo del protocolo, la comunicación, la imagen y la asesoría
política. Porque yo sí reconocería mis carencias, y me rodearía de buenos
asesores, no meros palmeros, a los que escucharía y haría caso para seguir
siendo la misma persona, manteniendo los pies en la tierra y decidiendo con el
corazón y la razón. Pensando siempre en el bien de una gran mayoría, no en el
partido o en mi ego.
La verdad es que
ninguno de nosotros debería perder del todo, al menos una porción, de esa
inocencia infantil capaz de creer que cualquier cosa por absurda, disparatada,
atrevida o rocambolesca es posible. La vida nos da sorpresas, y vaya que si las
da. ¿Qué sería de nosotros si nos incapacitaran para generar buen humor? ¿Y si
nos despojaran de la capacidad de soñar, imaginar e ilusionarnos con cuanto nos
plazca? Sin estas habilidades, herramientas imprescindibles para hacer frente a
la frustración y a la dificultad de ver cumplidos todos nuestros anhelos y
expectativas, tanto personales como profesionales, acabaríamos en un pozo sin
fondo. Amargados y amargando a todo bicho viviente mínimo a un kilómetro a la
redonda.
El problema es que
algunos confunden la picardía y la falta de malicia, la bendita inocencia, con
la burla, la tomadura de pelo, la ofensa y el insulto. Desde luego el año que
nos deja ha sido prolífico en esto de dejarnos a cuadros, sorprendidos,
alucinados e indignados.
Pereza me da, y
poco tiempo tengo para perder, porque tampoco se lo merecen, de elaborar un
listado con nombres y apellidos de concejales, alcaldes, ministros, obispos y
otros personajes del mundo de la cultura, el arte y el deporte que este año nos
han deleitado, lamentablemente, con sus cafradas y salidas de tono en ocasiones
bastante hirientes, retrógradas, mezquinas
y desafortunadas. Lo más triste es que prácticamente ninguno de ellos fue
capaz de actuar después de manera ejemplar pidiendo disculpas públicamente. O
por qué no, dimitiendo.
A punto de concluir
2015 acostumbramos a hacer balance, y sobre todo a formular buenos deseos para
el nuevo año. Por ello aprovecho la ocasión para reivindicar más sentido común,
humildad y humanidad, especialmente a todas aquellas cabezas visibles de
nuestra política, iglesia, cultura, deporte y sociedad.
Que esas cabecitas
sepan aparcar la responsabilidad y formalidad cuando corresponde para bromear y
fomentar la diversión me parece necesario, sano e inteligente. Pero cruzar la
línea convirtiéndose en prepotentes, descarados, chulos o maleducados les
tendría que pasar factura más pronto que tarde.