He disfrutado muchísimo conviviendo
durante unos días con Caithleen y Baba. Dos niñas irlandesas, de los años 50, a
las que he visto crecer y convertirse en mujeres.
De buena gana hubiera seguido leyendo
y leyendo. Me he quedado con la incógnita de saber cómo pudo transcurrir su
vida de adultas.
Esta novela de Edna O’Brien fue un
escándalo en su país. El párroco de su aldea quemó tres ejemplares en la plaza
pública. O’Brien se enfrentó a una persecución
en toda regla, señalada por todos sus paisanos como enemiga de Irlanda y una
escritora escandalosa. “En Irlanda había una censura terrible, todo era malo.
Los católicos irlandeses han sido tremendos. Peores que los italianos,
españoles o portugueses. El catolicismo lo impregnaba todo, y lo censuraba
todo. En la Irlanda de entonces, todo era pecado. Había una vigilancia
constante. El cuerpo era para ellos, y eso incluye a mi madre, una ocasión de
pecado. La influencia de los padres era enorme, aunque se estuviera en
desacuerdo con ellos”.
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