Poco falta
para el 25 de noviembre, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia
contra la Mujer. Tenemos que reflexionar mucho más, y cada día, porque queda
mucho camino por recorrer para que ninguna mujer, ni los menores que conviven con ellas, permanezcan invisibles en
la amenaza, la anulación y el terror. Una sociedad avanzada, plural, civilizada,
no puede apartar la vista ante un problema tan grave del que muchos consideran
que solo se conoce una parte del iceberg. Esta pesadilla, este horror doméstico
le puede tocar a cualquiera. Y como ha quedado demostrado, lo mismo da una u
otra posición social, nacionalidad, cultura y formación, valores o creencias
religiosas.
A mujeres y hombres
nos han educado durante siglos en roles sexistas y en desigualdades. Hemos
nacido y crecido, y así seguimos conviviendo, en una sociedad donde imperan los
micromachismos. Donde muchos varones siguen creyendo estar por encima de la
mujer. No son locos, ni monstruos, son plenamente conscientes de lo que hacen. Se
sienten superiores machacando a quienes tienen al lado. Esto no va ni de buenos
ni de malos. No resulta tan sencillo. Hay que modificar y suplantar muchas
ideas, conceptos, criterios y prácticas. Mientras no se cambie la base de la
pirámide seguiremos sumando víctimas por violencia de género.
A veces
pienso en los hombres que optaron por asesinar a las mujeres que decidieron
emprender una nueva historia, rehacer sus maltrechas vidas, tras huir de la
jaula donde fueron manipuladas, dominadas y aterrorizadas de manera
impredecible, alternada con periodos de arrepentimiento y buenos propósitos. Mujeres
que un día se enamoraron de ellos y les escogieron creyendo encontrar un igual,
un amigo, un compañero, un amor con quien compartir un proyecto de vida. Me
pregunto cuántos de esos hombres pensarán en la aberración que han cometido, en
cómo les han destrozado la vida a sus propios hijos y familiares, a los seres
humanos que se supone más debían querer, valorar y cuidar. Y podrán seguir mirándose a los ojos. Y serán
capaces de dormir de tirón sin escuchar gritos y súplicas. No les alterará el
sueño la visión de moratones, heridas y cicatrices, que con tanto ímpetu y
constancia grabaron en cuerpos y mentes.
Cuando
observo a niñas y adolescentes con tantas ilusiones y retos por conseguir, un escalofrío
me recorre y paraliza al pensar que cualquiera de ellas pudiera acabar en los
brazos de un hombre, capaz de ejercer un machismo sutil, silencioso, enfermizo,
dañino, corrosivo y tan peligroso que la vida arrebata.
Pues resulta
que ese escalofrío deberíamos estar sintiéndolo todos, porque aunque parezca
increíble están aumentando los casos de violencia machista entre jóvenes.
Y yo que
pensaba que estábamos consiguiendo dotar a las chicas de suficientes
herramientas para no tener que depender de nadie, ni emocional ni
económicamente. Para ser hábiles y capaces de alejarse de los indeseables y de cortar
por la sano toda relación tóxica y peligrosa. Qué estábamos consiguiendo educar
a los chicos para que nunca vean y traten a la mujer como una propiedad, un
objeto de deseo, un ser inferior.
Pero entonces
¿en qué estamos fallando? Cómo es posible, por ejemplo, que una chica ante la
exigencia de su novio ceda el control de su móvil y redes sociales, cambie su
forma de vestir, sus hobbies, deje de ver a sus amigas y se relacione solo con
quien él apruebe.
Qué errores estamos
cometiendo con los jóvenes que siguen idealizando la relación chico malo, golfo
con chica dulce y sumisa. Están
perpetuando roles sexistas en lugar de tener más claro que nunca que el pilar de
toda relación se basa en el respeto, la igualdad, el cariño, la confianza y el
amor.
Les invito a
una reflexión. A mí me lo propusieron y quedé sorprendida. Andamos muy
despistados porque estamos consintiendo que en novelas, series, películas,
canciones y publicidad se promocionen roles sexistas y micromachismos. Paren un
momento y piensen en los cuentos de príncipes y princesas. Cuentos e historias
ahora mucho más modernos, actualizados, pero con idéntico mensaje. El príncipe es
un valiente, resolutivo y capaz de cualquier cosa para conquistar a la
princesa. Princesa sensible, delicada, vulnerable, que dedica mucho tiempo a su
imagen, enamoradísima de su amado al que espera en palacio, con paciencia
infinita, para entregarse a él sin reservas.
Y de qué se
quejan tanto las mujeres, he escuchado alguna vez. Si tienen los mismos
derechos y deberes que los hombres. Claro que somos afortunadas si contrastamos
nuestra realidad con la de otras, a años luz de alcanzarnos. Pero mientras que
una sola mujer reciba en nuestro país daño emocional, físico y/o pueda morir
por el machismo que practica su pareja, hay que seguir trabajando a conciencia
y desde todos los frentes para cambiar de verdad esta sociedad hipócrita hasta
las trancas, anestesiada e inmunizada con la tragedia ajena.
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