Vamos siempre tan
acelerados y agobiados, pretendiendo realizar más cosas de las que razonablemente
son posibles en 24 horas, que a veces tiene que pasar algo inesperado,
inimaginable, impactante e incluso brutal para frenar en seco. Y entre otras muchas
cosas descubrir, que afortunadamente somos más humanos, sensibles, próximos, espontáneos
y buenas personas de lo que imaginamos.
Si calculáramos las
horas que pasamos con nuestros compañeros de trabajo nos sorprenderíamos. Creo
que muchas más que con los amigos, e incluso la familia. Sin duda lo ideal
sería, entre compañeros, siempre hacer piña. En lo profesional y en lo personal.
Por empeño e interés que se ponga, algunas personitas son complicadas cuando no
imposibles de tratar. Se tiende la mano una o varias veces, pero si son
tóxicos, enfermos de ego y superioridad, o blindados para evitar que nada ni
nadie les afecte, perturbe y altere su zona de confort, su pequeño y raquítico
mundo al final el puente se rompe. Afortunadamente
este último no es mi caso. En mi trabajo sí hacemos piña. Y me encanta
publicarlo y difundirlo. Y ojala nos dure mucho, siempre. Imagino que cuando mis
compis me lean indiferentes no se van a quedar. Escribir esto me sale del
corazón, así de sopetón, y por qué debo callarlo, controlarlo o disimularlo. Pero no solo va para ellas, al redactarlo pienso en otros muchos.
Hace unos días una compañera compartió con todos nosotros, yo también hubiera hecho lo mismo que ella, una situación un tanto delicada. Algo que a nadie se le desea, y que nos sorprendió e impactó tanto, que no pudimos contener las lágrimas una vez que se marchó. No puedo decir que me alegre de la situación pero sí de la reacción que todas tuvimos. Ver como unas consolaban a las otras resultó espectacular. Y más comprobar cómo sí nos importa y mucho lo que va a tener que afrontar. Bonita mía sabes que puedes contar con nosotras. Y que vamos a estar ahí. Enviándote energía positiva, en sobredosis.
Me gusta la gente
sincera, que va de cara. Sencilla, humilde, humana. Las personas trabajadoras,
responsables, coherentes, lúcidas. Tolerantes y solidarias. Simpáticas y divertidas,
optimistas. Que saben hacer y recibir una crítica, una disculpa, un elogio. Que
saben escuchar y opinar. Que ante los problemas no se achican, se crecen y buscan soluciones con asertividad. Que aprecian y agradecen, y practican los pequeños
detalles. Esos que a veces pasan desapercibidos, por lo absortos e hipnotizados
que estamos en cuestiones y temas, que tan poca importancia tienen en
realidad. Adoro a las personas que valoran y ofrecen un poquito de ánimo, y
estímulo cuando se necesita. Me fascina la gente que teniendo una gran
formación cultural, que estando “arriba del todo” en lo profesional, se pongan
a tú nivel y te brinden su mano, conocimientos y contactos para que puedas
crecer, sumar. Sin el absurdo y ridículo miedo a que quizás les alcances, o
incluso les superes. Me encanta la gente
que tiene corazón. Que ayuda, que apoya, que empuja.
Perfectos ni lo
somos ni lo seremos nunca. Cambiamos y evolucionamos constantemente. Pero
humanos, honestos y dignos, sí debemos serlo, cada día, y cada vez más. Estoy convencida
que aunque no lo parezca, la mayoría de las personas sí son así. Pero o están tan
dañadas, tan abrumadas, perdidas, desesperadas. Escarmentadas, aburridas, mal
aconsejadas o solas, que deciden ejercer y propagar lo malo. Y optan por acorazarse, por permitir
que su corazón se endurezca. Por criticar, despellejar, censurar, complicar y
fastidiar la vida a quienes tienen a su alrededor. Sin darse cuenta que en vez
de sanar, de brillar, cada vez enferman y se oscurecen más.
Allá cada uno con
el camino o la opción que decida escoger. La vida no es fácil, por supuesto, y
a algunos más que a otros, les coloca no piedras sino rocas enormes que escalar
y superar. El ser humano puede convertirse en un ángel o en un demonio.
Tú
qué decides.
Totalmente de acuerdo. Suscribo cada palabra de lo que dices. Te doy toda la razón. Saludos
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