lunes, 29 de febrero de 2016

Me gustaría no tener que celebrar, el Día de la Mujer

Santiago Caruso


Dentro de unos días, el 8 de marzo, celebramos el Día Internacional de la Mujer. Volveremos a escuchar lo mismo que todos los años. Declaraciones, manifiestos, intenciones, promesas… No me apetece abordar los aspectos que todos tratarán. Prefiero centrarme en lo que acontece día a día en muchos hogares. Porque creo que a estas alturas de siglo ya hemos reflexionado bastante sobre derechos e igualdad de género, y la lección nos la sabemos todos. Pero ponerla en práctica es harina de otro costal. Hay que pasar a la acción desde muchos frentes para erradicar el machismo, la desigualdad y la discriminación que existe hacia las mujeres.

Suena bonito y parece sencillo hablar de igualdad. Pero, ¿cómo vamos a modificar lo que sucede en el ámbito laboral, en la sociedad en general, si resulta que dentro de casa las mujeres por evitar discusiones, enfados y males mayores acaban cargando prácticamente con todo el trabajo que genera un hogar?

Probablemente algún caballero estará dudando si seguir leyendo o no. No dejen de hacerlo, por favor. Mis palabras no pretenden criticar ni atacar a nadie pero sí convertirse en queja, dándoles voz a muchas mujeres. Mostrar lo que nos disgusta, duele y amarga es sano y necesario. Seamos valientes, y destapemos la caja de Pandora.

Vamos a ver, si mujer y hombre trabajan fuera de casa las mismas horas, lo justo sería dedicar el mismo tiempo a las fastidiosas, ingratas y gratuitas labores del hogar. El mismo tiempo de descanso y ocio se merecen también. Pues por muchos cálculos que haga no me salen las cuentas, porque ese reparto equitativo no se cumple. Me puede aclarar alguien ¿por qué vale más el tiempo de trabajo o de ocio del hombre que el de la mujer?

Esperando estoy que alguna universidad americana investigue y descubra qué cromosoma  o gen en la mujer la dota de unas habilidades únicas, extraordinarias e ilimitadas, para asumir las labores del hogar y la crianza de los hijos.

Señoras y señores mías, que ninguno nos hemos caído de ningún árbol esta noche, que para realizar las tareas de casa y atender a los hijos no es necesario ni preciso estudio alguno. Todos con mayor o menor sensibilidad, habilidad y acertada gestión del tiempo estamos capacitados para llevarlo a cabo. Pero claro apetecer, no apetece. Nadie disfruta de lo lindo, ni reporta notoriedad ni éxito hacerse cargo de semejantes menesteres. Más bien se nos pone a todos una leche de canto. Porque no nos sobra el tiempo, y es lo más valioso que tenemos. Porque enriquece y agrada mucho más leer, escribir, practicar deporte, socializar, trastear por redes sociales, adquirir nuevos conocimientos, o simplemente echarse la siesta y soñar bonito.

Dicen que a los hijos se les educa desde el ejemplo, el buen ejemplo. Pues viendo desde pequeños como es la mamá la que puede y carga con todo en la casa, aprenden bien rápido a escaquearse, a ir a lo mínimo. Descubren y asumen que mamá, con mejor o peor cara, con más o menos gritos y quejas, todo lo resolverá.

Y, ¿qué pasa con las mujeres que no están activas en el mundo laboral? Ellas no tienen excusa y deben convertirse en las esclavas de todos. Pues no deberían. Aunque asuman todo el trabajo del hogar, se les tendría que compensar de alguna manera. No, no me digan que el país se va ya definitivamente a pique si les ponen un salario. Pero podrían, por ejemplo, disponer de un carnet que las acredite como auxiliares del hogar y obtener descuentos en el transporte público, en cursos formativos, y actividades socio-culturales y deportivas. Y por qué no también un descuento, al menos una semana al año, en los hoteles. ¿Creen que no se lo merecen?

Con más o menos ironía, sentido del humor y seriedad, hay que buscar soluciones reales y factibles para conseguir la igualdad, empezando desde el hogar. Sustituyendo el aparente amable ¿te ayudo? por el “vamos a organizar las tareas y cooperar”. Mujeres y hombres con respeto mutuo tienen que reconfigurarse, priorizar y desaprender.

No se me ocurre mejor modo de poner fin, que con algunas viñetas de Forges, El País. Qué bien ha plasmado este artista, como en tantas ocasiones, la cruda realidad. 





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