Mañana
en la localidad burgalesa de Hontoria del Pinar la familia de la pequeña Alicia
vivirá una autentica pesadilla. Tendrán que enfrentarse a una situación indeseable
y equivocada, fuera de lugar. Algo que nadie se merece. Vivirán el momento más
difícil y doloroso de sus vidas. Dar sepultura a una criatura que apenas
levantaba un metro del suelo.
Cuando
crees que ya lo has leído y escuchado todo sobre abusos sexuales y violencia de
género ejercida sobre menores, surge de un día para otro un nuevo caso más
salvaje, espeluznante y desgarrador. ¿Pero qué clase de alimaña es capaz de
abusar de una criatura y arrojarla después a través de una ventana al vacío?
Sentirse
sobrecogido, consternado, sin poder contener las lágrimas, imaginando con gozo las
aberraciones que semejante monstruo se merecería es totalmente lógico y humano.
Porque resulta imposible buscar y analizar un por qué, dar con una explicación,
con un algo que justifique y alivie la pena y la rabia que como seres humanos nos
invade desde las entrañas, por el asesinato tan vil y cobarde de la pequeña Alicia.
Y por la brutal agresión que sufrió la madre, que pudo salvar su vida por
enfrentarse con uñas y dientes a su agresor.
Gabriela
evoluciona favorablemente de sus múltiples traumatismos en el hospital, fuera ya
de la UCI ingresada en una habitación de planta. Las lesiones físicas padecidas,
dejando alguna que otra cicatriz, sanarán. Pero el daño psicológico, el caos y destrozo
mental permanecerá prácticamente de por vida.
Cómo
consolar y resarcir a esta joven, con toda una vida por delante, de semejante
experiencia tan inmerecida, inesperada, siniestra y amarga. Prudencia y
sensatez pido a todos aquellos que se consideren capaces de cuestionar el
proceder y las decisiones de esta mujer, de juzgar a una víctima.
Que
nuestros representantes políticos manifiesten condena y repulsa ante
acontecimientos tan atroces, y decidan implicarse en minutos de silencio y concentraciones
me parece lógico y sensato. Pero a estas alturas de mi vida yo ya no me
conformo con todo eso. Yo les tengo que exigir mucho más. Bastante más. Medidas
y actuaciones firmes, concretas, efectivas, y menos palabras.
Yo quiero que a esta alimaña que ha roto la
vida a tantas personas, al que en principio le imputan un delito de asesinato
consumado por matar a la pequeña arrojándola por la ventana, y otro delito de
asesinato en grado de tentativa por haber tratado de acabar también con la vida
de la madre, le apliquen la pena máxima de la última reforma del Código Penal: prisión
permanente revisable.
Me decía hace unos
minutos una amiga, que a los hombres capaces de abusar y violar a un menor, no
deberían de aplicarle en las prisiones el protocolo de prevención de suicidio, y
medidas adicionales para garantizar su seguridad. Le he respondido que sería
demasiado injusto, bien por propia iniciativa o la de otros, que pudieran
perder la vida tan fácil y rápido.
¡No hija no, de eso
nada! Yo pido, exijo a nuestras autoridades que a este tipo de monstruos se les
condene y encierre de por vida. Que no vuelvan a salir a la calle. Que pasen el
resto de su vida enclaustrados. Porque por mucho tratamiento y reinserción que
se les aplique, los pedófilos, los pederastas nunca dejarán de agredir y violar.
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