Cuando comencé a leer esta novela de Fernando Aramburu el personaje principal, Toni, un profesor de instituto enfadado con el mundo que ha decidido poner fin a su vida dentro de un año, empezó a incomodarme de tal modo que ganas me daban de arrojar el libro al suelo.
Hacía mucho tiempo que un personaje de novela no generaba en mí semejante animadversión. A veces leyendo me sorprendía a mí misma hablando, bueno, mejor dicho, insultando al personaje en voz alta. Tanta crudeza, queja, rabia. Tanto realismo, ironía, imperfección y miseria humana no me dejaban indiferente.
Me costó bastante leer la novela. La aparté durante un tiempo por otras lecturas, y luego la retomé y leí ya seguida. Es muy visceral, dura, sincera, hiriente. Y quizás demasiado larga. Toca temas muy variados y actuales. Divorcios, amistad, maltrato, lesbianismo, relaciones entre padres e hijos, hermanos, suegros, con mujeres y mascotas.
La amistad cobra especial protagonismo, y el mensaje de que sólo el amor da sentido a la vida. No sabría decir si me atrevo o no a recomendar su lectura. Por un lado, resulta tan hiriente y pesimista, y por otro, tan real, reflexiva y esperanzadora.
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