miércoles, 28 de noviembre de 2018

La decisión


La semana no había comenzado bien, pero nunca hubiera imaginado que su final nos dejaría traumatizados a todos durante una temporada. Mis enganches y discusiones con Andrea, una de mis mejores amigas desde la infancia, no hacían más que aumentar día tras día. O yo me estaba convirtiendo en una histérica o el resto de la peña vivía en el reino de los ciegos. Desde que Andrea salía con Tomás se había convertido en otra persona. Nos evitaba casi constantemente, apenas participaba en clase, sus notas eran catastróficas, decidió dejar de sopetón el grupo de teatro, ya no reía a carcajadas, vestía como una monja y sus ojos habían dejado de brillar. Aunque su frase preferida ‘déjame en paz’ se había instalado en mi cerebro, yo hacía lo posible e imposible por coincidir con ella cuando no estaba junto a Tomás, que formaba ya parte de su sombra.

Todos pensaban que Andrea se lo tenía muy creído, y más desde que salía con uno de los tíos más atractivos y deseados del instituto, hijo de uno de los empresarios más potentes de la ciudad. ¡Qué mala es la envidia! Las críticas y comentarios despectivos hacia Andrea crecían como las setas. Por más que yo insistía en que nuestra amiga no era precisamente feliz, la había pillado más de una vez llorando en el baño, ojerosa y cada vez más delgada, nadie me hacía caso. A mí de Tomás no me gustaba nada, y no me privaba de compartirlo con Andrea y con todo el que se dignaba a prestarme un poquito de atención. Pero cómo podía estar tan ciega mi amiga, tan abducida, tan sumisa, dejándose controlar por un tío que no le llegaba a la altura de los zapatos.

Hablé varias veces con mi hermana del asunto, tanto le insistí que el miércoles a primera hora de la tarde me acompañó a hablar con mi tutora. Citaron a la madre de Andrea al día siguiente, pero no pudo ir. Nuestra vecina de urbanización tampoco estaba en su mejor momento. El padre de Andrea se había marchado de improviso, dejando a la familia en una delicada situación emocional y económica.

Cuando llegué a casa me fui directa a la ducha. Al salir del baño, mi hermana me advirtió que mi móvil había sonado varias veces. Andrea me había dejado un wasap. ‘He decidido cortar con Tomás. Se lo digo esta noche. Tía, tengo mucho miedo. Nos vemos mañana’. La llamé seis veces antes de quedarme sin batería. No me contestó. Apenas pude dormir. A la mañana siguiente, cuando entró mi madre a despertarme, supe que algo horrible había sucedido.

Andrea estaba hospitalizada, con graves lesiones, aunque su vida no corría peligro. Tomás, declarando ante el juez. Aquel viernes por la mañana, tanto en casa como en el instituto, a todos nos resultó imposible cumplir con las obligaciones del día como si nada hubiera acontecido.

Silencios, miradas, susurros y abrazos surgían por doquier. Yo me sentía  dolida y enojada porque nadie quiso ver lo que se avecinaba, y a la vez tan orgullosa de Andrea, de su valiente decisión. Decisión que la liberó de un maltrato que ninguna mujer merece. Ella empezaba a recuperar su vida, y yo a mi mejor amiga.

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