Cada 23 de abril se celebra el Día Internacional del Libro. No me parece mala idea dedicar un día a concienciar, a dar visibilidad a un fin concreto, en este caso, a promover e incentivar el hábito de la lectura. Pero para lograr que un objetivo tenga éxito, convenza y sume a muchos, conviene ser constante y trabajar en ello cada día.
Desde la infancia, a unos más a otros menos, nos han inculcado el hábito de la lectura. Mi madre nos leía cuentos y nos recitaba poesías, y yo disfrutaba muchísimo con ello. De niña siempre estaba enferma de la garganta. Entonces los pediatras recetaban antibiótico, casi siempre a través de inyecciones. Recuerdo perfectamente suplicar, llorar, al médico para que me mandara el jarabe de sabor más asqueroso o la pastilla más difícil de tragar con tal de evitar el suplicio de los pinchazos en el trasero. Una vez, nos ha contado muchas veces mi madre, siendo yo muy pequeña tuve una ocurrencia que le provocó un gran apuro. Siempre acudíamos a la consulta de un practicante muy próximo al edificio donde residíamos. El señor ya tenía una edad, poco le faltaba para jubilarse. A los ojos de una niña ya era bastante mayor. Un día le pregunté, cuándo se iba a morir… ¡Bendita inocencia! Mi madre se sonrojó e incomodó bastante conmigo, él ante semejante salida soltó una sonora carcajada y no permitió que mi madre me regañara.
Por supuesto que a mi madre le daba mucha pena que yo estuviera siempre con la dichosa garganta. Para compensar el trance de las inyecciones cuando terminaba el tratamiento me llevaba a una librería, y me compraba el cuento que yo escogía. Nunca me faltaron libretas y colores para escribir e ilustrar mis propias historias. Ya de mayor tuve la inmensa fortuna de tener excepcionales profesoras de lenguaje y literatura, que impulsaron mi afición por leer y escribir. Y después, siempre estuve y estoy rodeada de amigas con las que comparto la maravillosa adicción a la lectura. Ni ellas ni yo concebimos vivir sin leer.
Cuando leemos, señalan los expertos en la materia y ha quedado científicamente demostrado, ejercitamos nuestro cerebro. Leer previene el declive cognitivo, incrementa la concentración, la memoria. Desarrolla y enriquece nuestro vocabulario, mejora la expresión oral y escrita. La lectura aumenta el conocimiento y estimula el intercambio de información. Leer nos permite pensar con reflexión y estar más activos. Reduce los niveles de estrés, el ritmo cardíaco y la tensión muscular. Alimenta la imaginación y la empatía. En mi opinión leer nos hace más libres, nos equilibra, enriquece y sana.
En la vida vamos todos acelerados, siempre corriendo, con poco tiempo para hacer realmente lo que nos gusta y apetece. Al ir tan limitados probablemente el rato que dediquemos a una actividad nos hará renunciar a otra. No seré yo quien juzgue o critique en qué y cómo invierte cada uno su tiempo de descanso, ocio y relax. Pero creo que conviene buscar, reservar, sustituir, un ratito de nuestro tiempo para leer. Tampoco vale de excusa no poder invertir dinero en libros porque disponemos de buenas bibliotecas, muy actualizadas, que nos prestan cuantos ejemplares escojamos. Y en el mundo virtual podemos acceder, de forma bastante asequible, a mucho material.
En otras cosas me equivocaré, pero en esta me parece que no. Nos conviene y mucho practicar la lectura. Resulta una adicción muy saludable, todo son ventajas. Si no hemos generado el hábito desde la infancia o lo perdimos, a tiempo estamos siempre de recuperarlo. ¡A leer!