www.elmundo.es Bassel Tawil AFP
No dejo de leer estos días, en relación a las víctimas y
heridos que van sembrando los yihadistas allá donde deciden atentar,
comentarios y juicios de valor sobre que todos los crímenes cometidos por los
mismos asesinos deberían de conmocionarnos y apenarnos de igual modo. Y
evidentemente así debería ser porque todos eran seres humanos inocentes, con
derecho a vivir en paz. Ninguno merecía que sus verdugos, un ejército de fanáticos,
de extremistas de la rama sunita del islam, les arrebataran en unos segundos la
vida. O les lastimaran alterando el resto de su existencia con heridas, físicas
y mentales, que tardarán demasiado tiempo en superar.
Entre lo que debería hacerse y lo que se hace la
diferencia resulta abismal. Ni los medios de comunicación se implican, ni las
sociedades reaccionan del mismo modo ante unas y otras matanzas. Siempre ha
sido así. Aunque no trato de justificarlo, ni disculparlo.
Desde luego no se puede generalizar porque en el mundo, en
los distintos mundos que tenemos, existen seres humanos dispuestos a ayudar
tanto como les animen, faciliten, permitan o consientan. A los que se les
encoge el alma cuando el terror hace acto de presencia en cualquier zona del
planeta.
Me parece acertado alzar la voz contra la indiferencia y las
distintas varas de medir, pero somos
bestialmente hipócritas. Si ni siquiera somos capaces de interesarnos en
entablar una mínima relación con nuestros vecinos de edificio, de los que ni
sabemos sus nombres, o con las familias de los niños que conviven con los
nuestros horas y horas en los centros educativos, o con los compañeros de
trabajo… Cómo vamos a ponernos en la piel de millones de seres humanos que
viven a miles de kilómetros de nosotros. Con distinta lengua, apariencia,
cultura, tradiciones, valores, religión…
Vivimos en un mundo que es capaz de sentir cierta empatía
sí, pero en situaciones límites, catastróficas, y a corto plazo. Y solo hacia
los que tenemos más cerca y son parecidos a nosotros. Probablemente también suceda
esto porque nos han acostumbrado a mostrarnos, en vivo y en directo, la miseria
y las desgracias de pueblos y sociedades, víctimas y rehenes de los seres más
perversos y malvados, y al final ya no nos impactan tanto esas imágenes y
declaraciones. Son más de lo mismo, de lo de siempre. Para protegernos nos
blindamos, unos más que otros, con una coraza anti sentimientos.
Con lo que se nos viene encima respecto al yihadismo,
mirar hacia atrás, culparse unos a otros y entrar en juicios de si unas muertes
se lamentarán más que otras, de poco nos van a servir. Tenemos un problema y muy
grave. Miles de combatientes del Estado Islámico, con un considerable
número que ni son iraquíes ni sirios, han logrado convertirse en una
organización sostenible financieramente, con autonomía. Dispuestos a matar y mutilar
a tantos como puedan. Sean de una u otra nacionalidad, raza o religión. Aunque
ello implique perder a sus propios verdugos.
No
puedo estar más de acuerdo con Ángeles Escriva que señala que “el terrorismo
yihadista no se atiene a los esquemas aplicables a otro tipo de terrorismos. Se
precisa un plan que abarque la educación y los medios de comunicación. Y que se
dirija a los focos detectables de producción de extremismo islamista, porque
esto no va de pobreza ni de integrar a la sociedad musulmana en general. Esto
es distinto y enormemente complicado”.
También
lo estoy con Maite Pagazaurtundúa cuando comenta que “tenemos que evaluar correctamente la naturaleza de la amenaza, consolidando
la cooperación internacional en materia policial, judicial y de inteligencia.
Atendiendo a las víctimas como merecen. Evitando la pérdida de
racionalidad ambiental”.
Y con Antonio
Miguel Carmona al señalar que "relacionar sirios con terroristas es una
barbaridad. Los terroristas entran por el aeropuerto de Barajas, con pasaporte
y partida de nacimiento europeo, no se tiran seis meses esperando y vienen en
una barcaza jugándose la vida con el resto de los refugiados".
Como las potencias occidentales no unan recursos y
estrategias y actúen de una vez, a corto plazo, vamos a seguir conmocionándonos,
escuchando declaraciones de repulsa, convocando concentraciones y guardando
minutos de silencio. Y como siempre, solo por los que tengamos y sintamos más
próximos a nosotros.