Carol Bellver Fotografia
No puedo evitar sentir
un sabor agridulce cuando por la calle me cruzo con niñas y preadolescentes que
parecen mujercitas en miniatura. Como algunas de las muñecas con las que juegan,
cada vez más estilizadas, exuberantes y sexualizadas. En un primer momento las
chiquillas llegan a resultar muy graciosas, pero cuando las observas con
atención descubres que la ropa que lucen, en ocasiones, resulta demasiado
sensual, sugerente, muy sexy e inapropiada para su edad.
Si esto me
sorprende también me genera cierto desconcierto las campañas de algunas firmas
de moda, que esta primavera-verano proponen a las mujeres volver a sentirse niñas
y adolescentes. Petos vaqueros, pichis, uniformes, camisetas con ositos y demás
se están colando en los armarios de mujeres que al igual que la sociedad,
digamos lo que digamos, idolatran la juventud. “Ser joven es en sí mismo una
tendencia, más valorada que ser rico” defiende la socióloga Mercedes Salgado.
Señala otra
socióloga, Lisa Wade, que “la sexualización de las niñas y la infantilización
de las mujeres adultas son dos caras de la misma moneda. Ambas nos dicen que
debemos encontrar sexy la juventud, la inexperiencia y la inocencia en la mujer,
pero no en los hombres”.
Evidentemente cada
uno es muy libre de vestir como le plazca. Quién soy yo para ir juzgando o
criticando a nadie. No es esa mi intención. Pero si nos queda algo de sentido
común hay que reconocer que por un lado proclamamos que la sociedad, en su conjunto,
tiene que inculcar y luchar por la igualdad de género. Y por otro vestimos de
mujercitas a nuestras niñas. Así mucho me temo que contribuimos a que se continúe
considerando a la mujer como un objeto sexual. Sin darnos ni cuenta estamos
provocando que la transición de la infancia a la adolescencia sea cada vez más
acelerada. Y no creo que esto compense, en absoluto.
Quizás algunas
madres estén ansiosas porque sus hijos crezcan rápido y sean independientes,
para recuperar así parte de su tiempo y libertad. Pero si le recortamos la
infancia a los niños les estamos obligando a asumir roles que todavía no les
corresponden, y para los que aun no han madurado lo suficiente.
En la vida sólo se
es niño una vez. Por qué acelerar este proceso y no permitir a las criaturas
que disfruten de su infancia. Si total para ser adultos ya tienen el resto de
su vida.
Afirma Rosario
Ortega, catedrática de Psicología de la Universidad de Córdoba que “en España
no hemos dado importancia al hecho de convertir a los niños en un objeto
erótico o un reclamo comercial. No somos conscientes de este problema, pero
existe y es urgente tomar conciencia de ello”.
Plantea Mónica
Serrano, psicóloga infantil, “que fomentando la
hipersexualización de las niñas estas aprenderán a valorarse
a sí mismas en función de su atractivo físico, y del deseo sexual que
despierten en el sexo opuesto. Desarrollarán su identidad personal y su
autoestima sobre unos valores superficiales. Difíciles de alcanzar y
perecederos, pues el paso del tiempo hace que la mujer pierda las características
propias de este canón de belleza. Vivir por y para la imagen condena a las
mujeres a una constante frustración, por no poder alcanzar los objetivos que la
sociedad le impone, lo cual conlleva a que las mujeres inviertan menos energía
en el desarrollo de otras facetas de su ser, para poder dedicar todo su
esfuerzo a cultivar su imagen corporal. De esta manera quedan mermadas o poco
desarrolladas otras capacidades importantes, más relacionadas con lo mental y
espiritual que con lo físico. Así se desarrollan mujeres frágiles,
extremadamente vulnerables. Inmersas en una batalla constante consigo mismas,
de la cual es imposible que salgan victoriosas”.