Hace unos
días se incendiaron las redes sociales por el comentario de una influencer
hacia los aficionados a la lectura. En TikTok, un seguidor le comentó que la
librería que mostraba en el vídeo “era preciosa, pero si estuviera llena de
libros que se han leído lo sería aún más”. La influencer contestó: “Creo que hay
que empezar a superar que hay gente a la que no le gusta leer. Y encima no sois
mejores porque os guste leer”.
Por
supuesto que leer no te hace mejor o peor persona, pero resulta evidente que
aporta muchísimo. Todo son ventajas, porque cuando lees activas y fortaleces
diferentes áreas del cerebro, como las asociadas al lenguaje. Incrementas el
vocabulario, mejoras la ortografía y aprendes a redactar mejor. Ejercitas la
memoria, la comprensión, la concentración y la
resolución de problemas.
Leer
también fomenta la imaginación; te abre puertas a otros mundos, ideas y
emociones. Toda lectura deja una huella, aporta conocimiento, nos hace más
hábiles. También contribuye a hacernos más empáticos: más dispuestos a escuchar
y entender a los otros. Y puede incluso retrasar el deterioro cognitivo en la
vejez. Desde la antigüedad la lectura se consideró una medicina para el alma.
Escuchar y leer nos permite ampliar nuestras ideas. Escribir y hablar nos capacita
para mostrarlas y reconstruirlas. Los libros enseñan a pensar, fomentan el
pensamiento crítico; son una herramienta para la libertad. Un pueblo culto, leído y analítico no se deja
manipular. La ignorancia e incultura generalizada nos hace presa fácil de la
manipulación ideológica.
Siempre ha
habido y habrá personas a las que no les gusta leer, que consideren esta
actividad ociosa e inútil, y están en todo su derecho a pensar así. También las
hay que no se interesan por la música, el teatro, la pintura o la danza. Ni les
gusta viajar, hacer ejercicio, ni comer verduras o dulces. Bueno, del último
caso a pocos conozco, pero haberlos haylos.
Cada uno
elige cómo vivir su vida y en qué invertir su tiempo. Pero los que alardean de
no leer y parecen menospreciar la cultura, como si eso fuera un mérito, igual
tienen más probabilidades de acabar sufriendo pobreza mental. Un estado de
escasez en la mente que se manifiesta como falta de visión, crecimiento,
creatividad y disposición para aprender y mejorar. La pobreza mental se
caracteriza por una mentalidad de pensamiento corto, pereza, envidia, crítica,
queja constante y culpabilización a otros.
Y digo
yo, tampoco estaría de más dejar de aupar, de colocar en pedestales y seguir
como rebaños a la gente que no lo merece. Estamos creando un mundo donde todo
resulta insustancial, inminente, simple e hipócrita. Quienes apuestan por la
ignorancia deberían saber que la incultura resta, mengua opciones, en resumen; genera
una sociedad dominada.
A los
adultos que decidan no ejercer el saludable hábito de la lectura, desde mi más
absoluto respeto, les pediría que hagan todo lo posible porque sus hijos,
hermanos pequeños, sobrinos o nietos sí lean. Porque los niños aprenden a
conocer el mundo a través de las historias que les cuentan y leen. Saldrán
ganando, y mucho.
Y lo de
no encontrar tiempo para leer es tan relativo, que no
cuela como excusa. Prueba a dejar un ratito de lado el móvil, y verás como sí tienes
más tiempo del que presupones. Pasamos grandes cantidades de tiempo consumiendo
contenido electrónico diseñado para atrapar nuestra atención, hecho a la medida
para generar dopamina.
En mi
caso, para mí leer resulta placentero, me nutre, me rescata. Pienso seguir
disfrutando de los libros tanto como me resulte posible.
Documentándome
para escribir este artículo encontré lo que dijo Jesús Quintero en uno de sus
programas ‘El loco de la colina’ hace algo más de una década, sobre la
trivialización de la cultura y el pensamiento…
“Siempre
ha habido analfabetos, pero la incultura y la ignorancia siempre se habían vivido
como una vergüenza, nunca como ahora la gente había presumido de no haberse
leído un puto libro en su jodida vida. De no importarle nada que pueda oler
levemente a cultura o que exija una inteligencia mínimamente superior a la del
primate.
Los
analfabetos de hoy son los peores porque en la mayoría de los casos han tenido
acceso a la educación saben leer y escribir, pero no ejercen. Cada día son más
y cada día el mercado los cuida más y piensa más en ellos. La televisión cada
vez se hace más a su medida, las parrillas de los distintos canales compiten en
ofrecer programas pensados para una gente que no lee, que no entiende, que pasa
de la cultura, que quiere que la distraigan, aunque sea con los crímenes más
brutales o los sucios trapos de portera.
El
mundo entero se está creando a la medida de esta nueva mayoría amigos todo es
superficial, frívolo, elemental, primario, para que ellos puedan entenderlo y
digerirlo. Esos son socialmente la nueva clase dominante, aunque siempre será
la clase dominada precisamente por su analfabetismo y su incultura, la que
impone su falta de gusto y sus morbosas reglas, y así nos va a los que no nos
conformamos con tan poco, a los que aspiramos a un poco más de profundidad”.