Hace unos días en Madrid antes de decidir acabar con
su vida, porque ya no soportaba el acoso escolar que padecía, una menor escribió
su último wasap: “estoy cansada de vivir”. Cuanto más leo la frase, redactada por una chiquilla
con todo un proyecto de vida por delante, más me impacta y me obliga a
reflexionar en voz alta.
¿Qué valores estamos inculcando y transmitiendo?
¿Por qué unos cuantos críos se convierten en auténticos monstruos capaces de
hacer sufrir a decenas de compañeros? Callan las víctimas. Y cómo no hacerlo si
están rodeados, observados y perseguidos a toda hora gracias a las nuevas
tecnologías. Además muchas veces los que algo saben, presuponen o sospechan,
que podrían y deberían intervenir desde el minuto cero, sean quienes sean los
verdugos, miran hacia otro lado o disimulan hasta que sucede una desgracia de
consecuencias insalvables. Una tragedia que acontece una y otra vez, que como
en violencia de género es un suma y sigue, que salta a los medios de
comunicación tras destrozar y dejar dañada de por vida a familias completas.
A los que tenemos hijos, sobrinos o nietos se nos
eriza el vello y encoge el estómago. Pero qué pautas, herramientas y
habilidades, resolutivas y eficaces, nos muestran y ofrecen para enseñar a los
niños a protegerse y a denunciar desde el primer momento.
Qué triste me resulta abordar este tema una y otra
vez. Pero dejar de hacerlo sería mirar hacia otro lado. También sería mirar
hacia otro lado no denunciar, por ejemplo, lo que me relataron recientemente,
con mucha rabia, indignación e incomprensión. Como un grupo de mujeres, algunas
de ellas madres, en un lugar público, se rieron durante un rato siguiéndole la
corriente a un chiquillo con discapacidad intelectual. No entraré en más
detalles porque resulta vomitivo, deleznable y tremendamente cruel ¿Cuántos de
nosotros no hemos presenciado alguna vez , en mayor o menor grado, algo similar?
Me pregunto si como adultos somos capaces de valorar
el daño que podemos causar, la llama que podemos prender, con cada minúsculo
comentario humillante, peyorativo y descalificativo que expresamos sin pudor o
creyendo hacer una gracia al ver un anuncio, la escena de una película o ante
una situación real.
Si queremos acabar con el acoso escolar, ninguna familia
tiene plenas garantías ni está blindada como para librarse del mismo, es bien
fácil: educación y buen ejemplo. En toneladas industriales. Sin bajar jamás la
guardia, y de por vida. No quiero volver a leer escrito por un menor,
tampoco por un adulto “estoy cansado de vivir”.