Estimados
lectores antes de proseguir con este artículo me gustaría puntualizar tres
cosas. Primero, que estoy convencida de que sí existen buenos políticos, y
algunas pruebas tenemos de ello. Pero a los que se comportan con humanidad,
empatía y nobleza. A los más preparados y cualificados, sus partidos les
utilizan como simples lacayos. Quizás por orgullo, un ego sin límites y porque
no quieren que nada cambie, ni les conviene ni les interesa permitirles que
asciendan a primera línea. Segundo, que cada vez tengo más claro que PP y PSOE
o PSOE y PP, con algunos matices, son prácticamente lo mismo. Por mucho que
despotriquen unos hacia otros, han pactado un juego muy beneficioso y
gratificante para ambos, la alternancia. Y así pretenden seguir por los siglos de los siglos.Tercero,
que cuando yo utilizo el
concepto de trastorno o enfermo mental, no lo hago como insulto o algo
despectivo, lo entiendo como una alteración del proceso cognitivo, del
razonamiento, comportamiento y de la facultad de reconocer la realidad. Una
enfermedad que con el debido tratamiento, puede permitir al afectado vivir muy
dignamente.
Dicho
esto arrancamos.
Hace
unos días leí un artículo que por su titular reconozco que me atrajo al
instante, y me impactó ¿Nos gobiernan enfermos mentales?
El
político británico y psiquiatra David Owen, que fue ministro de Sanidad y de
Asuntos Exteriores, afirma que sí. Y sinceramente, después de indagar y leer
algunas de sus publicaciones, me parece que algo de razón lleva. Porque lo que
está sucediendo en nuestro país y en el mundo, no tiene una explicación
coherente ni razonable. Resulta inexplicable.
El
trastorno o enfermedad mental que Owen denomina el “Síndrome de la Arrogancia”
la padecen, en su opinión, la mayoría de los líderes políticos mundiales. “No
están capacitados para gobernar y están poniendo en grave riesgo a los países
que controlan. Se sienten eufóricos, no tienen escrúpulos, no son conscientes
de sus carencias, equivocaciones y fracasos. No les afecta el rechazo masivo de
los ciudadanos. Su alienación es de tal envergadura que cometen un error tras
otro, porque la capacidad de análisis no les funciona. Sus decisiones y medidas
son producto del desequilibrio, la soberbia y la confusión extrema”.
El
"Síndrome de la Arrogancia" que David Owen define y reclama sea
incluido, con un número propio, en el Código Internacional de Enfermedades
(CIE) se caracteriza además por lo siguiente: “se trata de un mal que aliena,
atonta y aleja de la realidad a los mandatarios. A algunos políticos el poder
les hace perder la cabeza y por consiguiente la noción de la realidad. Si esos
políticos estuvieran en su sano juicio, dimitirían inmediatamente, ante la
evidente incapacidad para gobernar a un pueblo de hombres y mujeres libres.
Deberían comprender (pero la enfermedad les impide asumirlo) que, sin el apoyo
de los ciudadanos, que son los soberanos en democracia, un gobernante rechazado
equivale a un tirano”.
Con
tantas mentiras, fracasos, injusticias, corrupción, comportamiento malicioso y
manipulador. Ausencia de culpa o de cualquier tipo de remordimiento, falta de
empatía, insensibilidad, engaño tras engaño al final no nos dejarán más remedio
que admitir que, efectivamente estamos siendo gobernados por una gran cantidad
de locos y delincuentes.
Y
qué podemos hacer mientras observamos los estragos de la crisis. Qué les
decimos a los millones de desempleados, a los pobres que llenan las calles de
España, a los jóvenes que tienen que abandonar el país dónde se han formado, a
los padres que han invertido, en muchos casos, el dinero que no tenían
buscando un mejor futuro para sus hijos. Dándoles educación, cultura,
formación, especialización y herramientas de las que ellos no pudieron
disfrutar. ¿Dejamos que toda esta gente, por tanto sufrimiento y penuria, acabe
desarrollando también trastornos mentales? Porque las consultas en psiquiatría,
les aseguro, aumentan día a día.