Acertado resulta felicitar a la
Policía por detener al pederasta que le ha robado el sueño a niños y adultos,
sobre todo del distrito madrileño Ciudad Lineal, durante tantos meses. También
deberíamos sentir preocupación por las cinco niñas, de entre cinco y once años,
víctimas de las agresiones sexuales consumadas por esta alimaña. Necesito
pensar que ellas y sus familias estarán recibiendo ayuda psicológica. Que se
mantendrá a corto y medio plazo, para afrontar y superar una experiencia tan
salvaje y atroz.
Lo mismo sugiero para la madre del
depredador. Si ella desconocía y no sospechaba lo que su hijo hacía, desde
luego esto es para perder la cabeza. Como madre que soy no me gustaría verme jamás
ni al lado de la víctima ni del verdugo.
Al causante de tanto daño,
evidentemente, no le podemos colgar por los mismísimos, ni cortársela a
cachitos como algunos me han sugerido dentro y fuera de redes sociales. Pero
como sociedad y personas coherentes y civilizadas, sí deberíamos exigir que
este monstruo cumpla la pena máxima por cada agresión sexual cometida, y la
condena íntegra. Según los artículos 180 y 183 del Código Penal por cada
violación a un menor o víctima especialmente vulnerable, por razón de edad,
enfermedad, discapacidad o situación le puede corresponder una pena máxima de
12 a 15 años. Vayan multiplicando. Que después nos
vamos a enfadar muchísimo, y pondremos el grito en el cielo. Porque resulta que
en España la pena de prisión máxima es de 20 años, salvo contadas excepciones.
Si el asunto nos desconcierta y
preocupa, habría que exigir que revisen de una vez el sistema de penas, y que apliquen
sin contemplaciones en los casos de agresiones sexuales la prisión permanente
revisable. Porque está más que demostrado que los pederastas y los violadores reinciden.
No se curan, no se reeducan, no se rehabilitan.
Entonces cuando este elemento, como
tantos otros, cumpla su condena y salga a la calle, que por cierto ya ni nos
acordaremos del caso ¿Qué sucederá con él? ¿Se le aplicará una castración
química? ¿Llevará un dispositivo que permita a la Policía controlarle las 24
horas del día los 365 días del año? Porque, no lo duden, un pederasta no
cambia. No supera su maldad. No dejará de ser un peligro para la sociedad.
Dicen
que resulta mucho más complicado rehabilitar y reinsertar que educar y
prevenir. Toca por tanto esmerarse y mucho en estas dos últimas facetas.
Formemos
y eduquemos bien a nuestros hijos respecto a la sexualidad. Enseñémosles desde pequeños,
la diferencia entre un cariño bueno y un cariño malo. A cuidar de las zonas
privadas del cuerpo, y a no aceptar regalos ni secretos de adultos sin informar
a los padres. Desarrollemos en ellos habilidades y mecanismos para que sepan
reaccionar y defenderse ante una agresión sexual. Y si la sufren a que sean
capaces de contar lo que les ha sucedido. Que nunca se sientan responsables y
culpables por lo que les han hecho.
A
los pederastas, lobos disfrazados de corderos, desgraciadamente no se les
distingue a simple vista. Luchemos contra ellos sin inculcar miedo o psicosis. Con
educación y prevención. Sin bajar nunca la guardia. Siempre en alerta.
Protejamos
a nuestros niños porque un menor introducido en actividades impropias de su
edad, cargará de por vida con serias secuelas y alteraciones en el desarrollo
normal y saludable de su sexualidad y personalidad.
Y
por supuesto más medios técnicos y humanos para que la Policía pueda detener y
encerrar a muchos pederastas.