Procuro y
evito hablar de política. No es un tema que me apasione, ni domino, ni
comprendo. Pero en esta ocasión me lo pide el cuerpo.
Anoche, por
pura casualidad, vi en una cadena de televisión una entrevista a Miguel Ángel
Revilla, ex Presidente de Cantabria.
Sin pudor afirmo
que siempre me gustó y agrada, cómo se expresa y el saber estar de este señor.
Todo un caballero y un buen ejemplo, a mi entender, de político.
Escuchándole pensé, que quizás resulta injusto medir a
todos los políticos con el mismo rasero. Pero es tanto el mal que unos cuantos
nos han causado, que resulta casi imposible ser justos e imparciales con ellos.
Intento
pensar, para no desquiciarme y abandonarme por completo a la indignación, que
en el cesto todavía quedan más manzanas sanas que podridas.
Les urge a los
políticos, a los poderes, y puede que ya estén fuera de plazo, llevar a cabo
una buena limpieza, de arriba hacia abajo. Sin miramientos, ni contemplaciones.
Cada día tengo
más claro, que no le voy a regalar a nadie mi voto, hasta que aparezca un buen
líder.
Un líder que
sea capaz de mantener la libertad, la serenidad y el espíritu crítico.
Que ponga
pasión en todo lo que haga. Que jamás esté de vuelta de nada. Que no anhele y
busque el éxito, el poder y el dinero más allá de lo preciso para vivir
dignamente.
Un líder que
no ejerza la envidia, la ambición, la humillación y la prepotencia.
Al que le
interese y defienda los derechos y sentimientos de los demás. Que practique el
sentido común. Que huya de la mediocridad, la desidia y el pasotismo. Que
aborrezca la soberbia, la vanidad y la pedantería.
Un líder que
nunca se crea indispensable. Que domine
la autocrítica. Que demuestre su valía y competencia para el puesto que ocupa
cada día. Un líder que además sea elegante. Pero elegante por dentro, es decir,
que produzca sensación de agrado y bienestar no solo por su imagen, sino por su
personalidad, naturalidad, conversación y su saber estar en cualquier
situación. Que sepa rodearse de un equipo con sus mismos valores y objetivos. Y
que cuando se equivoque, no lo oculte o disfrace. Que tenga la suficiente
valentía y honestidad para reconocerlo, y poner remedio de inmediato.
Si ese líder
todavía no existe, habrá que crearlo. Y si anda perdido, sumiso o despistado,
salgamos a buscarlo, a rescatarlo de entre tanto mediocre y lobo disfrazado de
cordero.
Pero ya!
porque el barco se hunde y todos viajamos dentro.