Me despierto demasiado temprano, sin necesidad alguna de madrugar porque hoy es domingo. No puedo volver a conciliar el sueño y me siento frente al ordenador. Desde hace meses me enfrento a la página en blanco, me reto a escribir una y otra vez y no lo consigo. No es la primera vez que afronto la angustiosa sensación de sentir que igual ya he perdido ese pequeño y quizás único talento que tengo. También siento que estoy incumpliendo la promesa que le hice a una profesora de literatura. “Nunca dejes de escribir”, me dijo cogiéndome de las manos, tras finalizar el evento donde otra de mis mejores profesoras de literatura recibió un merecidísimo reconocimiento.
Pues precisamente pensando en ellas, que dejaron ya de pasearse por este mundo, siento que dentro de mi cabeza una débil vocecita me dicta, me provoca y anima a sacar cuanto llevo dentro. Y lo que llevo dentro es seguro lo mismo que todos vosotros. Una pelota de incertidumbre, desasosiego, sorpresa, inestabilidad, inseguridad, decepción, zozobra y miedo, que unas veces mengua y otras crece por la situación que estamos viviendo.
Un microorganismo compuesto de material genético, microscópico, que solo puede reproducirse dentro de las células de otros organismos, además de hacernos enfermar en mayor o menor grado, dejar secuelas, y provocar o acelerar la muerte, está consiguiendo desestabilizar, desmontar, confrontar y poner del revés a nivel político, económico y social el barco en el que todos viajamos.
Qué etapa tan difícil, tan desequilibrada y variable, tan de película, de ciencia ficción, nos está tocando gestionar, vivir, sin manual de instrucciones. No, no voy a caer tal vez en lo más fácil en estos momentos, en juzgar, en criticar, en buscar responsables y culpables de la situación en la que estamos. Pero sí me atrevo a decir que nuestros principales líderes políticos, y los incluyo a todos en el lote, me están decepcionando y demostrando, como otras veces, que no están a la altura, que piensan mucho más en sí mismos, en mantenerse en el cargo que ocupan, a costa de lo que sea, que en proteger y sacar adelante a toda una nación.
A estas alturas ponerme a investigar de dónde, cómo y por qué ha surgido este virus ya no me aporta, no me interesa. Hay tantas elucubraciones y versiones que uno se pierde, se desconcierta y agota. Ahora lo que realmente me preocupa e importa, y pido, es que confíen, permitan y sigan las indicaciones, obedezcan, a los investigadores especializados en virología, a los que estudian y saben cómo un virus infecta, invade y provoca una determinada respuesta inmunológica causando diferentes tipos de daños en su huésped.
A ver si somos todos capaces, de una maldita vez, de remar en la misma dirección. Seamos sensatos, por favor, lo que estamos viviendo sólo se puede combatir con responsabilidad individual y comunitaria, con solidaridad y civismo, desde todas las áreas y frentes. Y por supuesto conociendo en todo momento la realidad de la situación, sin manipulaciones, sin empequeñecer ni magnificar el problema.
Si algo parece que tienen y tenemos claro frente al virus que nos ataca es que se ceba con las personas de edad avanzada, y con los organismos más debilitados y sensibles, enfermos, por convivir con patologías varias. Ante una sociedad que sólo nos mide por lo que producimos y consumimos, por el ‘tanto tienes tanto vales’, a menudo me pregunto qué intenciones tenemos con todos ellos, hasta dónde seríamos capaces de llegar. Cada vez que alguien expresa alegremente que le da igual que los ancianos se mueran, incluso que casi conviene y todo que esto suceda, me remuevo por dentro.
Por supuesto que todos moriremos, nadie es inmortal. Y tengo muy claro que prolongar la vida cuando ya no existe posibilidad de remontar a veces causa más dolor, deterioro, frustración, culpabilidad y desconsuelo que otra cosa. Pero no usemos esto de excusa ante una realidad que ya se conocía pero que ahora, con el Covid, ha visto mucho más la luz, el maltrato y abandono de personas ancianas.
Y tampoco utilicemos esto, el Covid, el miedo, la desinformación, el patio revuelto, los intereses económicos encubiertos, para bajar la guardia, como ya está sucediendo, con el diagnostico, el seguimiento, los tratamientos, y la investigación de otras patologías y enfermedades, como por ejemplo el cáncer, capaces de causar mortalidad a edades muy tempranas.
Creo que todo ser humano es único, válido, irrepetible. Y tiene que ser tratado, con o sin enfermedad, con menor o mayor edad, sea una u otra su capacidad económica, con la máxima humanidad, respeto y atención hasta el final de sus días.
Ya para terminar os invito a reflexionar con las palabras de Mary Beard, historiadora inglesa, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en 2016.
“Como historiadora, creo que en unos cientos de años verán nuestro tratamiento al anciano del siglo XXI como una gran mancha en la cultura. Algo así como los manicomios del siglo XVIII. Habrá muchos libros y tesis doctorales sobre cómo y por qué lo hicimos tan mal”.