domingo, 12 de octubre de 2014

Ébola, mucho más que un virus.


El primer mundo debe hacer autocrítica. Sentirse culpable y pedir perdón por su insensibilidad y pasividad hacia África. También nuestro gobierno.
No voy a juzgar, de poco sirve ya, si debieron o no repatriar a los misioneros españoles infectados, desoyendo la recomendación de los profesionales que sí entienden del tema. Ahora lo que me preocupa y quiero conocer son las medidas a tomar. No me generan confianza los que carecen de valor y honestidad para asumir sus errores actuando en consecuencia. No quiero a mi lado, y menos que me representen, a los que culpabilizan y se escudan tras el último eslabón de la cadena. Han fallado estrepitosamente, en muchos sentidos. Lo primero, aplicando una comunicación nefasta, contraria a lo que establece el manual lógico de una comunicación de crisis.

Explica en su libro "Comunicación Empresarial e Institucional" el profesor Fernando Martín Martín, destacado experto en comunicación, cómo actuar en situaciones de crisis. Considera que desde el primer momento “se debe constituir un comité de crisis para aplicar una política comunicativa interna y externa, concreta y constante. Para centralizar la comunicación y eliminar los mensajes contradictorios. Para adelantarse a los medios de comunicación, no permitiendo malas interpretaciones por falta de información. Generando disponibilidad total y transparencia informativa en todo momento. Con capacidad inmediata de reacción. No mintiendo. Reconociendo errores con positivismo y credibilidad. Dando máxima información y explicando cómo se van a solucionar. Con un análisis y control continuo de acciones informativas. Evaluando los resultados, y con agradecimientos personales a todos los públicos afectados e implicados”. Así trabajan los profesionales de la comunicación, que son claves en la gestión de una crisis como la que vivimos.

No puedo decir que me alegre porque el virus del ébola haya traspasado las fronteras del continente africano. Algo que era previsible. Sabían que iba a suceder antes o después, por no actuar desde que se originó el brote aportando recursos, material y personal altamente cualificado. Para contener y erradicar la epidemia lo antes posible. Primero por ellos, porque aunque sean negros son personas, seres humanos, aunque algunos no parecen tener muy claro esto. Y segundo por nuestro propio interés y egoísmo descomunal. Si no quieres que el problema te alcance, te afecte y te supere, invierte y actúa en su origen.
Pero que falsos y malvados somos, no precisamente los ciudadanos de a pie, sino los que nos gobiernan y lideran, la élite del mundo. Ha tenido que contagiar el ébola al hombre blanco, para que saltaran todas las alarmas y surgiera el interés por saber más sobre esta enfermedad. Ahora sí interesa y preocupa porque ya no solo afecta a los africanos. Somos tremendamente cínicos. Estamos manipulados hasta límites insospechados. Y vamos a tener ébola para rato, hasta que no erradiquen el foco. 

En África mueren millones de personas por hambre. El hambre sí tiene cura y tratamiento. No precisa de ningún suero mágico, que enriquezca a la industria farmacéutica, para combatirlo. Si estuvieran bien nutridos, dotados de infraestructura médica y sanitaria, como el primer mundo, su sistema inmunológico habría reaccionado mejor contra el ébola. Y probablemente la situación no hubiera degenerado en epidemia.

Lo peor que podemos hacer es ponernos histéricos, generar confusión y permitir que cunda el pánico. El caos puede llegar a ser descomunal. Las epidemias del miedo siempre se crean con algún interés. Benefician a los que persiguen intereses económicos y políticos. No nos dejemos manipular, exijamos información rigurosa, eficiente y transparente. Mucha atención en creer que todo se resuelve con un producto o vacuna milagrosa, experimental, creada rápidamente. El desarrollo de una vacuna es un proceso largo y complejo que a menudo tarda de 10 a 15 años, e involucra la participación combinada de organizaciones públicas y privadas. Aplicar una vacuna sin plenas garantías, sin cumplir esos plazos, podría ocasionar muchos y graves efectos secundarios.

El virus del ébola no está flotando por ahí. Solo vive en la persona que lo tiene, y la única forma en que se transmite es a través del contacto directo de secreciones y fluidos corporales de la persona infectada. Hay que tener al paciente ingresado desde que aparecen los primeros síntomas. Aplicándole un tratamiento sintomático, y de apoyo intensivo para que su sistema inmunológico desarrolle anticuerpos del virus. Dicen los expertos que con aislamiento y control, dejando trabajar a los profesionales dotados del material y recursos apropiados, y con el aprendizaje necesario para auto protegerse el ébola se vence. Cuanto más unidos y solidarios trabajemos a nivel internacional antes solucionaremos el problema.

Dos preguntas me rondan en la cabeza, desde hace días. En el aire las dejo.
En África desde los años 70 se han producido diversos brotes de ébola. Jamás se había llegado a estas dimensiones. ¿Casualidad o intencionalidad?
Quizás ha mutado el virus haciéndose más fuerte, y/o fallaron o se relajaron los protocolos utilizados en ocasiones anteriores. Aunque evite entrar a debatir sobre posibles conspiraciones y complots, la realidad es que no se ayuda a África porque quizás a la élite le conviene diezmar a la población. Porque África cuenta con unos recursos naturales extraordinarios, que a muchos les gustaría poseer y gestionar.
Y la segunda cuestión. Con mi mayor respeto y admiración hacia todos los misioneros. ¿Hubiera actuado igual nuestro gobierno si los infectados de ébola no hubieran pertenecido a ninguna orden religiosa? ¿Volverán a repatriar a cualquier otro español, pertenezca a cualquier ONG o asociación de voluntariado, o religiosa, que pueda resultar infectado a corto o medio plazo?
Yo exijo información, profesionalidad y mucho sentido común. Y las personas siempre por encima de otros intereses. Máxima ayuda para África. Se están perdiendo vidas tan importantes, dignas y necesarias como las nuestras.



lunes, 6 de octubre de 2014

Un deseo


Si existieran genios dentro de lámparas mágicas, y me dieran la oportunidad de formular un deseo creo saber que pediría. Algo que no se intercambia, ni almacena, ni recupera. Un bien que no se hereda ni traspasa. Tampoco se puede adquirir o incrementar con dinero. Escapa de nuestras manos por mucho que pretendamos retenerlo, u obligarle a avanzar más lento o más rápido según nos convenga.

Mi deseo está dotado de infinitas posibilidades y expectativas, que a menudo no valoramos hasta que descubrimos que se nos agota. Intentamos medirlo, controlarlo, administrarlo y consumirlo, unas veces con más acierto y éxito que otras. Avanza sin cesar. No permanece estático. Es el valor, la posesión más importante que tenemos. Desperdiciarlo equivale a no saber gestionar y aprovechar nuestras vidas. Minuto consumido, minuto irrecuperable. En nuestro día a día generalmente utilizamos el reloj y el calendario como instrumentos para medirlo. Yo pediría: tiempo. 
Tiempo para disfrutar con intensidad los pequeños momentos, que a menudo son los que más dicha nos aportan, y los que menos valoramos. Tiempo para invertir y dedicar a la familia que nos tocó por azar, y de la que hemos elegido formar parte. Tiempo para saber escuchar y compartir emociones, éxitos y fracasos con las personas que apreciamos.

Necesitamos más tiempo para aprender a vivir, a ser mejores personas y a dejar un mundo más sensible y solidario. Y para ello, cada día tengo más claro, que deberíamos replantearnos seriamente la singularidad e irracionalidad de nuestros horarios laborales. Horarios que convendría modificar. Para que sean más flexibles y parecidos al resto de nuestros vecinos europeos. Así se favorecería y facilitaría la igualdad y la globalización. Si a ellos les funcionan, ¿Por qué no probarlo? ¿No seríamos capaces de producir lo mismo invirtiendo menos tiempo, como ellos?
Conciliar la vida familiar y laboral, más en unas que en otras profesiones, resulta muy complicado. Por mucho que te organices o delegues, sobre todo en el caso de las mujeres con hijos, solventarlo todo con éxito sin renunciar a nada, resulta tarea imposible.
Desgasta, deprime y frustra no disponer de tiempo para practicar y desarrollar las actividades, habilidades y talentos que nos hacen destacar, y sentirnos únicos, líderes. Que nos ayudan a desconectar de obligaciones, imposiciones y problemas. Nos regeneran, activan, fortalecen y cargan de ilusiones. Nos alegran, nos dan vida. A nosotros, y a los que tenemos cerca. 

Desde que conocí a la Asociación para la Racionalización de los Horarios Españoles (ARHOE), una entidad sin ánimo de lucro cuyos fines son concienciar a la sociedad sobre el valor del tiempo, la importancia de su gestión, y promover medidas que faciliten una racionalización de los horarios en España, aprovecho siempre que tengo ocasión para difundir cuanto plantean y organizan. Creo que llevan mucha razón, y que antes o después lograrán lo que se proponen.

ARHOE celebrará su IX Congreso Nacional para Racionalizar los Horarios Españoles los próximos días 21 y 22 de Octubre, en Ciudad Real. Ojalá los medios de comunicación se hagan eco de todo cuanto se debata y acuerde. 
Promover y conseguir calidad de vida para todos, nos conviene y beneficia.