Imposible
me resulta no lanzarme a escribir tras conocer la tragedia acontecida ayer en Madrid,
en el Hospital Infantil La Paz. "Me la has jugado”, "Te voy a dar
donde más te duele”, escucharon la madre de una niña de un año, que acababa de
recibir el alta, y personal del centro hospitalario, segundos antes de
presenciar como el padre de la criatura, con antecedentes policiales por violencia machista en una relación anterior, se arrojaba por la ventana de la habitación con la pequeña
cogida en brazos, falleciendo ambos prácticamente en el acto.
Cuando
suceden este tipo de cosas, qué difícil nos resulta entender que un padre o una
madre mate a su hijo con la única finalidad de hacer daño, castigar o vengarse
de su pareja o ex pareja. Que injusto y triste resulta comprobar, una y otra
vez, como algunas personas, de ambos sexos, convierten a los hijos, inocentes y
vulnerables, en el instrumento, en el arma más potente y eficaz para hacer daño
a la otra parte.
¿Cuánta
frustración, desilusión, desesperanza, celos o mil cosas más se necesitan para matar
a la persona que supuestamente más quieres en este mundo, a tu hijo?
Imagino
que como siempre surgirán comentarios, especulaciones y valoraciones de todo
tipo. Evidentemente no conozco la situación real de esta familia, pero saber
que el responsable de la muerte de esa criatura contaba con antecedentes por violencia de género en una relación anterior, me obliga a posicionarme al lado
de la mujer que ha perdido a una hija en una situación muy dura, extrema, que
no podrá olvidar mientras viva.
Desconozco
si esta muerte se considerará víctima por violencia de género, machista o
contra la mujer, lo mismo da definirlo de una u otra manera. Pero creo que sí
debería servirnos, para pensar un poco en las 7 mujeres que han sido asesinadas
en estos 35 días que llevamos de año. Seguro que ya ni recordamos sus nombres
ni historias personales.
La
muerte, el filicidio, de
esta niñita debería hacernos pensar mucho más en los niños y adolescentes que
están quedando traumatizados siendo testigos mudos, indefensos e invisibles del
maltrato y la violencia que se ejerce dentro del ámbito familiar.
Y
por supuesto tenemos que ser mucho más autocríticos y responsables con los
valores y ejemplos que desde todos los frentes estamos transmitiendo a las
nuevas generaciones, niñas y niños, que dentro de unos años tomaran las riendas
en la administración y el gobierno de nuestras vidas y mundo.
Animo
a intensificar las actividades que ya se imparten en muchos centros docentes
fomentando valores de respecto, igualdad y convivencia entre nuestros niños y
adolescentes. Adolescentes que en algunos casos andan muy perdidos y ya ofrecen
indicios muy inquietantes de comportamientos machistas y agresivos que hay que “extirpar”
a tiempo.