Mucho se ha
escrito sobre esta fotografía. Imposible mostrarse indiferente.
Confirmar
la cronología de la imagen y si la niña
vive en un u otro territorio, donde se conspira, odia y mata, es lo de menos. Cuando miro a esta pequeña me
pregunto las veces que ella y tantos otros niños, convertidos en meras cifras y
estadísticas, atrapados en conflictos bélicos que ya ni siquiera respetan sus
vidas, las más inocentes, habrán llorado agazapados en un rincón. Empapados en lágrimas, ahogándose en
suspiros. Intentado ahuyentar el zumbido del miedo propio y ajeno. Tratando de
esconderse de sí mismos.
Complicado
y triste atreverse a imaginar, a describir su amargura, desconsuelo, soledad
y desesperanza. Su terror ante lo que
está observando y viviendo. Buscando la complicidad de su desaliñada muñeca
intenta eludir la incómoda y angustiosa sensación de sentirse sola,
desamparada. Y en un gesto de amor y compasión infinitos opta por taparle los
ojitos a su muñeca. Instintivamente trata de proteger de todo daño a ese ser
carente de alma, que la acompaña a todos lados y a la que ella sin duda adora.
Me preguntó
qué estará viendo esa criatura, que no quiere que visione y memorice su muñeca.
Edificios o quizás su propia casa o escuela devastados, calles salpicadas de
escombros, tal vez un perro o una persona inmóvil, fuera ya de este mundo.
Jugar con
muñecas fomenta la ternura y el instinto de protección en los pequeños. Sean
niñas o niños. Son juguetes afectivos, simbólicos. Al jugar con ellos los
pequeños imitan a los adultos. Ejerciendo de mamás o papas asimilan sus
vivencias, aceptan las normas, fortalecen su autoestima, van comprendiendo el
presente preparándose para el futuro. Pero quizás a la protagonista de la
imagen, no le permitan crecer lo suficiente para el día de mañana ejercer de
madre. Si logra salvar su vida acabará engendrando probablemente, demasiado
joven, un hijo fruto de un abuso, o explotación sexual, o de la necesidad y
urgencia de vivir muy rápido por lo que pueda acontecer.
Si toda
acción violenta nos altera y traumatiza, nadie permanece inalterable tras una
guerra, cuanto más los niños que aún
están aprendiendo a modular sus emociones, su agresividad. Tan sensibles,
vulnerables y manipulables a los cambios inesperados y forzosos. Qué atenciones
recibirá esta niña, que le puedan ayudar a superar un sufrimiento psicológico
tan intenso y demoledor como sobrevivir a una guerra, a un campo de refugiados,
al desplazamiento, abandono y huida de todo lo vivido y conocido.
En todo
conflicto bélico lo que está en juego, nada más y nada menos, es la
supervivencia y el bienestar de toda una generación de inocentes. Si no se
frenan y erradican de una vez estas masacres, matanzas y genocidios, fruto del
fanatismo y los intereses económicos de ciertos líderes no merecemos seguir
llamándonos humanos. Los animales, a los que consideramos seres inferiores, sin
duda alguna, son mucho más compasivos, honestos, leales y justos que muchas
personas.
Y ¿qué podemos hacer tú y yo, personitas tan insignificantes a nivel mundial?
Pues
reaccionar mostrando nuestro desacuerdo. Y cuidar en nuestro entorno en la
parcela a la que podamos acceder, ahora más que nunca, nuestras valoraciones,
juicios, comentarios, gestos y acciones. No cayendo en el tremendo error de
generalizar y meter a todos en el mismo saco. No contribuyendo ni fomentando
jamás el odio, la venganza y la indiferencia hacia otras religiones, culturas y
razas. Creando y tendiendo siempre sólidos puentes que faciliten el diálogo, el
acercamiento, la negociación, la convivencia y la paz. Cuidemos por favor
nuestro lenguaje dentro y fuera de redes sociales, porque últimamente se lee y
escucha cada comentario que se eriza el vello. La violencia organizada y sistemática
ha quedado demostrado que no es un instrumento útil para solucionar problemas.