Cuando suceden desgracias tan inesperadas y desconcertantes como lo
acontecido en los Alpes todos acabamos, antes o después, sintiéndonos
solidarios con las familias a las que les ha tocado afrontar la muerte de
aquellos que aman. Y reflexionando sobre lo vulnerables, imperfectos e
impredecibles que somos. Somos seres con gran responsabilidad y poder, tanto
para cometer actos sublimes y excepcionales como irracionales, violentos y
espantosamente destructivos. Somos personitas muy complejas, llenas de
resortes, a las que a veces se imponen y traicionan las emociones sobre la
razón. Humanos que podemos sufrir trastornos físicos o psíquicos capaces de
alterar la percepción de la realidad, convirtiéndonos en víctimas o verdugos. Nadie
está exento de perder la cabeza, y cometer una atrocidad. Pero todos deberíamos
pedir y recibir ayuda profesional, apoyo, supervisión y seguimiento cuando sea
necesario para tratar nuestras posibles dolencias,
carencias y trastornos, puntuales o indefinidos. Sin generar tabúes, miedos o
exclusión por ello. Solo así podremos ser mejores personas, compañeros, amigos
y ciudadanos.
Si la muerte incluso aunque corresponda por edad, por ley de vida, siempre
genera dolor y desconsuelo cuánto mayor será este cuando el trance de abandonar
este mundo se presenta mucho antes de lo previsto, y por una causa que escapa a
nuestro control, a nuestro raciocinio.
Que una enfermedad o un accidente te arrebaten a quien más quieres es muy
duro, difícil de encajar y asimilar, te lastima y altera de por vida. Pero que
esa pérdida irreparable e injusta la provoque un atentado terrorista, o la
decisión de un ser humano con delirios de grandeza, trastorno mental, ganas de
venganza hacia su empresa o ex novia, pánico a perder su posición profesional,
social, o vaya usted a saber qué, tiene que generar tal conmoción, tal impacto
y destrozo emocional imposible de cuantificar y relativizar.
Entiendo que se investigue y analice al sujeto que se ha llevado tantas
vidas por delante. Que se estudie y valore todo lo que falló, todo lo
susceptible de modificación y cambio para poder prevenir y evitar en el futuro
un acto tan deliberado y desquiciante. Comprendo que traten de dar o que las
propias familias exijan una explicación, una argumentación a su dolor, pero no
me gusta nada, nada en absoluto, como están actuando los medios de
comunicación. Primero porque no voy a aceptar jamás, porque no me parece ético
ni humano, que por información se entienda plantarle cámaras y micrófonos a
familiares o conocidos que han perdido a un ser querido, o se enfrentan a una
situación desagradable, violenta y traumática. Segundo porque no me parece
acertado, ni recomendable, ni justo que el responsable de semejante tragedia
ocupe tanta atención y seguimiento en prensa y televisión. No quiero volver a
ver su fotografía, no quiero volver a escuchar la historia de su vida porque al
final de algún modo está consiguiendo lo que pretendía, fama y notoriedad,
aunque sea por algo horrible y espantoso que jamás debió provocar.
Creo que por mucho que se indague y rebusque sobre posibles responsables en
segundo o tercer grado, por elevadas que sean las indemnizaciones, y solemnes o
vistosos los homenajes que se realicen, las familias de los fallecidos no van a
encontrar consuelo suficiente durante mucho tiempo. Imagino que a corto plazo
lo que necesitan, es que se agilicen tanto como sea posible los trabajos y
trámites para que puedan enterrar a sus muertos, e iniciar el proceso de duelo.
Pido mucho respeto y humanidad hacia ellos, mucha empatía, y que no les
falten medios para recibir la ayuda que precisen, en todos los sentidos, a
medio y largo plazo para aprender a seguir viviendo con esto. Y que los medios
de comunicación se limiten a informar. Que no especulen, tergiversen, acusen,
que no se regodeen en el dolor, en el morbo, en la pena y tragedia ajena.