En cuanto vi
esta imagen sentí ganas de aplaudir, de vitorear a estas mujeres y de compartir
su historia. Porque lo que no trasciende, lo que no se comparte y difunde permanece
en el limbo, en tierra de nadie, como si no existiera, como si no aconteciera realmente.
Muestran las protagonistas de la imagen un coraje una valentía inusual rompiendo
con la tradición, mostrando lo nunca visto. Atreviéndose a portar el ataúd de
una mujer. Respaldadas, apoyadas por hombres, a los que también aplaudo, que
formaron una cadena entre ellos, cogiéndose de las manos, para protegerlas.
En Kabul,
Afganistán, jamás se había producido algo similar. Un acto de protesta tan
multitudinario y tan emotivo por la muerte de una mujer. Las apoyo y me siento
orgullosa de ellas pero no puedo alegrarme, pues el motivo que generó tal
reacción es tremendamente despiadado. Decenas de mujeres vencieron sus miedos,
reaccionaron así por el asesinato de Farkhuna una joven de 27 años que fue
salvajemente golpeada, lanzada al cauce de un río seco y quemada, ante decenas
de personas, incluida la policía afgana que no hizo absolutamente nada para
evitar esto. Porque supuestamente la víctima, luego descubrieron que no, había
prendido fuego a un ejemplar del Corán.
No puedo dejar
de plantearme que aunque esa mujer hubiera llegado a lastimar ese Corán,
semejante afrenta, aberración, agravio, falta, o delito, o cómo ellos quieran
calificarlo ¿No hubiera sido más que suficiente sancionarla económicamente, o
imponerle una pena de trabajo social en beneficio a la comunidad, o un arresto
domiciliario, o incluso obligarla a pedir disculpas públicamente a través de
los medios de comunicación, o todo incluido?
No defienden
todas las religiones que sus profetas y/o dioses, son seres extraordinarios,
perfectos, misericordiosos, divinos. Pues entonces, cómo pueden llegar a
producirse este tipo de actos. Quienes y por qué pueden generar tanto odio hacia
otro ser humano.
Ahora señala el
gobierno afgano que se han detenido a varias personas implicadas en este linchamiento,
y reconocen que la policía actuó “demasiado tarde”. Demasiado es lo que están
aguantando millones de mujeres. Multitudes que medirán cada palabra, cada
gesto, cada paso, su propia sombra y suspiros para evitar verse en una
situación similar. Portando este féretro estas mujeres han roto su silencio,
han desafiado al miedo, han puesto caras a tanta injusticia y anulación de
derechos. Pero ellas solas poco pueden cambiar. Ahora más que nunca precisan de
esos hombres que formaron una cadena para protegerlas. Ellos tienen que dar la
cara por ellas, por sus mujeres. Si realmente las quieren, aunque sea un
poquitín, si no quieren verse en la tesitura de tener que enterrar a una
esposa, hija, madre, sobrina o nieta tendrán que plantarse de una vez por todas
y acabar con semejante radicalismo, fanatismo y salvajismo. Y tienen que
empezar educando a sus descendientes, sobre todo a los varones, de otro modo.
Rompiendo con esos cánones, estereotipos, con ese legado perverso y envenenado.
Nos centramos
todos últimamente mucho en lo que supone, promueve y podría generar el
yihadismo y no deberíamos olvidar que en otras partes del mundo, por ejemplo en
Latinoamérica, también se producen salvajadas semejantes hacia las mujeres.
Por mucho que
avance la ciencia y la tecnología si existen comunidades capaces de aplicar
castigos y venganzas propias de la Edad Media ¿Qué adelanto es este?
Aunque todos los
días siga descubriendo decenas de miserias, desgracias y atrocidades no pienso
acostumbrarme a sentirme indiferente. No pienso callar, silenciar o mirar hacia
otro lado, o pensar que el mundo es así y que no tiene solución.
Si ni siquiera
fuéramos capaces de escribir, conversar, opinar, criticar y denunciar este tipo
de cosas, mostrando a nuestros hijos, las mujeres y hombres del mañana, los
grandes errores de esta sociedad ¿Qué tipo de personas, de seres humanos
seríamos?
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