Hace
unos días asistí a una tertulia muy interesante por Facebook, tanto que me
inspiró a escribir sobre el tema. Una mujer criticaba a su suegra porque le
pedía un salario por cuidar a los nietos de lunes a viernes. De inmediato se
desató una tormenta de opiniones y experiencias. Y curiosamente comprobé
que mayoritariamente coincidíamos.
Y,
¿por qué los abuelos están obligados a cuidar de sus nietos? Quién lo dice,
quién lo manda, quién lo impone. Ellos en su momento decidieron ser padres y
criaron a sus hijos. Pero ahora no han elegido ser abuelos y por tanto no tienen
por qué asumir la crianza de esos niños. Otro tema es que se ofrezcan libre y
voluntariamente. Que por encima de todo prevalezca el deseo, la ilusión, la necesidad,
de ocuparse de sus nietos.
Sí se debería pagar un salario a ambas abuelas,
a suegra y madre, por el cuidado de los niños. Porque una cosa es hacerse cargo
de las criaturas, de vez en cuando, porque apetece, se desea, o cuando se
presenta una emergencia familiar. Y otra muy distinta es tener que asumir diariamente
esa gran responsabilidad y tarea por imposición, obligación, bajo presiones, o por
no saber plantarse y decir que no.
Al hilo de la conversación por Facebook recordé
mi asistencia a la charla de una psicóloga en la que se abordó el tema. Muchas
de las mujeres presentes, la mayoría eran abuelas, expresaron en voz alta sus
quejas. Habían ido entrado en una espiral de la que no sabían cómo salir.
Querían dejar de tener que cuidar diariamente a sus nietos, o tener que hacerse
cargo de ellos los fines de semana para que los progenitores pudieran socializar,
divertirse, viajar. Tampoco estaban muy contentas con eso de tener que invitar
a comer, cada domingo y a veces también entre semana, a toda la tropa familiar.
Os juro que algunos testimonios me emocionaron, y me hicieron sentir mucha
rabia hacia esos hijos.
No, no es justo que algunas hijas e hijos
abusen, se aprovechen y esclavicen a sus madres ejerciendo de niñeras. Ya les
sacaron adelante a ellos, en muchos casos trabajando fuera y dentro del hogar. Les
han dedicado los mejores años de su vida, sin esperar nada a cambio. Y ahora se
merecen poder disfrutar a su antojo de su tiempo, lo más valioso que tenemos.
Tienen que cuidarse, vivir a su ritmo, hacer cuanto les plazca, afrontar de la
mejor forma posible su vejez. Ahora la jubilación no es el fin, sino el inicio
de una nueva etapa con muchas opciones y posibilidades.
Cuando mis hermanas y yo nos fuimos
emparejando, mi madre nos dejó muy claro que cuando tuviéramos hijos no nos los
cuidaría ella. Podríamos contar con su apoyo, en ocasiones muy concretas. Con
el primero, mi hija, contraté a varias niñeras. Con el segundo, decidí dejar de
trabajar temporalmente.
Las mujeres de mi edad, de mi entorno, familia
y amistades, estuvimos muy sometidas y controladas por nuestros padres. Siempre
con la sensación de deberles algo, de no cumplir con sus expectativas. Y ahora,
vamos también a claudicar, a someternos, ante nuestros hijos. Bastante hacemos ya
por ellos mientras viven bajo nuestro mismo techo. Y tal y como va la vida, hay
que ir pensando que la mayoría acabaremos atendidos en casa por una cuidadora, o en una
residencia de ancianos.
Por supuesto que si llegamos a ser abuelas
vamos a querer con locura a nuestros nietos. Y los disfrutaremos y atenderemos,
pero cuando realmente lo deseemos, porque en esto sí podemos decidir y elegir
el cómo, el cuándo y el por qué.
A ver si aprendemos de una vez, sobre todo las
mujeres, a no actuar como se supone que está establecido y debe
ser. A ir eliminando los roles y estereotipos que nos han impuesto desde hace
siglos. Hay que aprender a poner límites. Ya está bien de ceder, de acabar
haciendo lo que realmente no te apetece para que los tuyos no se incomoden y
enfaden. El tiempo que dedicas a otros no lo recuperas nunca, y no siempre
recibes lo que has dado.