A veces me reto a escribir y no lo consigo. Se aglutinan en mi mente demasiados temas a los que dar visibilidad. Y siento que incumplo la promesa que le hice a una de mis profesoras de literatura. Pensando en ella y en las amigas que me empujan a escribir, si lo hicieran ellas mismas brillarían con intensidad, me lanzo al teclado.
Al
escribir, en ocasiones, se consigue deshacer el ovillo de incertidumbre,
angustia y decepción que todos llevamos dentro. Por supuesto que somos la mayoría
capaces de transformar en palabras lo que nos perturba, otra cosa es permitir
que otros te lean.
Como acabamos de iniciar un nuevo año, me atrevo a sugerir que nos comportemos todos un poquito mejor, procurando ejercitar y practicar la sensatez, humanidad y empatía. Nos toca remar en la misma dirección, con responsabilidad individual y comunitaria, solidaridad y civismo desde todos los frentes. Porque nos ha tocado vivir en un mundo desequilibrado y variable, complicado, lleno de sorpresas e imprevistos, a ratos, de película. Y nos está costando cada vez más gestionar la incertidumbre, vivir el presente, procurando ver luz y esperanza en todo por difícil que resulte en ocasiones.
Me supera tratar de elaborar un listado de cosas a mejorar en 2023. Pero si me veo capaz de compartir una pequeña pincelada de lo que escucho, de las cosas que nos restan sueño. Unos andan preocupados por la información que nos llega desde China y EEUU de las nuevas variantes de la Covid. La mayoría son personas mayores que cada vez se sienten más vulnerables, defraudadas y olvidadas. Y cómo no estarlo ante una sociedad que nos mide, premia o castiga, por lo que producimos y consumimos, por el tanto tiene, tanto vale. El trato que, en algunos casos, han recibido y reciben nuestros mayores es para hacérselo ver. Algunos ya tienen asignada la parcela en el infierno.
En general, a todos nos abruma bastante todo lo referente a la salud. Y creo que tenemos muy claro que contra las enfermedades no queda otra que invertir mucho más dinero en investigación. No nos cansemos de pedirlo, una y otra vez.
A otros se les ha encogido el alma, pensando en los niños que han pasado a la categoría de huérfanos porque sus madres han sido asesinadas por violencia machista. Menuda forma de despedir e iniciar año. Algo se nos está escapando, y es grave, porque las medidas y actuaciones en pocos días han fallado estrepitosamente. Tanto como en el caso del aumento de suicidios de menores por acoso escolar y ciberbullying. Que una criatura decida morir por el maltrato de sus compañeros, y la pésima gestión y actuación de unos y otros tendría que resultarnos insoportable. Hay que educar mucho mejor desde casa y reaccionar, sin contemplaciones ni trabas, ante todo indicio de abuso, de violencia, desde el primer momento.
Y seguimos sumando en personas diagnosticadas, de todas las edades, de estrés crónico y depresiones. Hablar se habla de todo ello, y bastante más que hace años. Pero si resulta que somos líderes en consumir psicofármacos, resulta obvio que estamos bien necesitados de un ejército de psicólogos.
Qué pena que no existan las baritas mágicas, ni el libro con instrucciones precisas y acertadas para cambiar y mejorar las sociedades en las que vivimos. Me consta que algunos le han pedido a los Reyes Magos líderes políticos que dejen de decepcionarnos, y demostrarnos que piensan mucho más en sí mismos que en sacar adelante a sus naciones.
Pese a lo abrumados que podamos sentirnos, toca ser positivos, pero también realistas. Aprendamos en 2023 a ser más resolutivos, flexibles, respetando y valorando a todos. Sin juzgar, ni etiquetar. Todo ser humano es único, válido, irrepetible. Busquemos siempre lo que nos une. Repensemos modelos y maneras. Encontremos apoyos para sentir siempre ganas de salir adelante. Para ser capaces de hacer frente a lo que vaya surgiendo, aprendiendo siempre de los errores del pasado. Si cada uno es capaz de dar su mejor versión, mejoraremos nuestro entorno, nuestro mundo.