Imagino que a la
mayoría nos incomoda reconocer, que en nuestra sociedad está aumentando la
desigualdad. Desigualdad que evidentemente se ceba con los más pequeños, los
niños. Chiquillos a los que cada día demasiadas familias no pueden ofrecerles
una buena alimentación y educación, como necesitan y merecen. Por la elevada
tasa de adultos desempleados, y la reducción de becas y ayudas de comedor y
libros. Comedores escolares que se han convertido en una necesidad básica para
muchos alumnos. Y que cerrando este verano, provocaran que los niños no reciban
ni siquiera una comida completa y equilibrada al día. Nos cuesta creerlo,
verdad. Pero la realidad, por desgracia, aunque algunos traten de maquillarla
supera con creces la ficción.
Algunas declaraciones
de políticos sinceramente me han irritado. Más les valdría haberse callado. Cómo
se atreven a insinuar siquiera que cientos de niños no pasan hambre, sino que
están siendo mal alimentados por culpa, desconocimiento o desinterés de los
padres. Mienten entonces los profesores que denunciaron públicamente que se les
desmayaban algunos alumnos, rebuscaban
comida en las papeleras del patio de sus colegios, y acudían a clase con falta
de aseo personal y ropa de abrigo.
Señalaba hace unos
días Unicef que en España más de dos millones de niños son pobres. Sí han leído
bien, superan los dos millones. Advierten que
nuestro país, hace un esfuerzo de inversión de políticas de protección social
de la infancia muy inferior a la media de la UE, con un gasto por habitante de
270 euros al año frente a 510 euros de la media europea.
Y por si esto no
fuera suficiente descorazonador, la Fundación Anar ha alertado de un incremento
“preocupante” del maltrato infantil en nuestro país.
Preocupados
deberíamos sentirnos además porque la población española envejece a pasos
agigantados. La natalidad, por quinto año consecutivo, continúa descendiendo. Dentro
de unos años peligrará la sostenibilidad del estado de bienestar y los sistemas
de pensiones y salud. Pero como vivimos
tan al día, con tantas prisas y carreras, desasosiegos, incertidumbre e
inquietudes pocas veces nos paramos a reflexionar sobre lo que se nos avecina.
La esperanza de vida de los españoles va aumentando, y por tanto también las
necesidades y cuidados especiales que la propia vejez acarrea.
Los niños son seres
asombrosos. Combinaciones de energía, curiosidad, imaginación,
audacia y entusiasmo. Esperanza de futuro. Nuestro tesoro presente,
nuestro reflejo y nuestra absoluta responsabilidad. Como vivan su infancia les marcará de por vida. Lo que
hagamos con ellos nos repercutirá positiva o negativamente.
Afirma W. Wilde que
“los niños empiezan queriendo a sus padres, al cabo de un tiempo los juzgan,
raramente por no decir nunca, los perdonan”.
Termino con una
definición de Paulo Coelho, para que nuestros políticos y la sociedad en
general, empiecen a cuestionarse y valorar lo mucho que perderíamos si nos
quedáramos sin niños. “Un niño puede
enseñar tres cosas a un adulto: a ponerse contento sin motivo, a estar siempre
ocupado con algo y a saber exigir con todas sus fuerzas aquello que desea”.