Santiago Caruso
Dentro de unos días,
el 8 de marzo, celebramos el Día Internacional de la Mujer. Volveremos a
escuchar lo mismo que todos los años. Declaraciones, manifiestos, intenciones,
promesas… No me apetece abordar los aspectos que todos tratarán. Prefiero centrarme
en lo que acontece día a día en muchos hogares. Porque creo que a estas alturas
de siglo ya hemos reflexionado bastante sobre derechos e igualdad de género, y
la lección nos la sabemos todos. Pero ponerla en práctica es harina de otro costal. Hay que pasar a
la acción desde muchos frentes para erradicar el machismo, la desigualdad y la
discriminación que existe hacia las mujeres.
Suena bonito y parece
sencillo hablar de igualdad. Pero, ¿cómo vamos a modificar lo que sucede en el
ámbito laboral, en la sociedad en general, si resulta que dentro de casa las mujeres
por evitar discusiones, enfados y males mayores acaban cargando prácticamente
con todo el trabajo que genera un hogar?
Probablemente algún
caballero estará dudando si seguir leyendo o no. No dejen de hacerlo, por
favor. Mis palabras no pretenden criticar ni atacar a nadie pero sí convertirse
en queja, dándoles voz a muchas mujeres. Mostrar lo que nos disgusta, duele y
amarga es sano y necesario. Seamos valientes, y destapemos la caja de Pandora.
Vamos a ver, si
mujer y hombre trabajan fuera de casa las mismas horas, lo justo sería dedicar
el mismo tiempo a las fastidiosas, ingratas y gratuitas labores del hogar. El
mismo tiempo de descanso y ocio se merecen también. Pues por muchos cálculos que
haga no me salen las cuentas, porque ese reparto equitativo no se cumple. Me
puede aclarar alguien ¿por qué vale más el tiempo de trabajo o de ocio del
hombre que el de la mujer?
Esperando estoy que
alguna universidad americana investigue y descubra qué cromosoma o gen en la mujer la dota de unas habilidades
únicas, extraordinarias e ilimitadas, para asumir las labores del hogar y la
crianza de los hijos.
Señoras y señores
mías, que ninguno nos hemos caído de ningún árbol esta noche, que para realizar
las tareas de casa y atender a los hijos no es necesario ni preciso estudio
alguno. Todos con mayor o menor sensibilidad, habilidad y acertada gestión del
tiempo estamos capacitados para llevarlo a cabo. Pero claro apetecer, no
apetece. Nadie disfruta de lo lindo, ni reporta notoriedad ni éxito hacerse
cargo de semejantes menesteres. Más bien se nos pone a todos una leche de
canto. Porque no nos sobra el tiempo, y es lo más valioso que tenemos. Porque
enriquece y agrada mucho más leer, escribir, practicar deporte, socializar, trastear
por redes sociales, adquirir nuevos conocimientos, o simplemente echarse la
siesta y soñar bonito.
Dicen que a los
hijos se les educa desde el ejemplo, el buen ejemplo. Pues viendo desde
pequeños como es la mamá la que puede y carga con todo en la casa, aprenden
bien rápido a escaquearse, a ir a lo mínimo. Descubren y asumen que mamá, con
mejor o peor cara, con más o menos gritos y quejas, todo lo resolverá.
Y, ¿qué pasa con
las mujeres que no están activas en el mundo laboral? Ellas no tienen excusa y
deben convertirse en las esclavas de todos. Pues no deberían. Aunque asuman todo
el trabajo del hogar, se les tendría que compensar de alguna manera. No, no me
digan que el país se va ya definitivamente a pique si les ponen un salario.
Pero podrían, por ejemplo, disponer de un carnet que las acredite como
auxiliares del hogar y obtener descuentos en el transporte público, en cursos
formativos, y actividades socio-culturales y deportivas. Y por qué no también
un descuento, al menos una semana al año, en los hoteles. ¿Creen que no se lo
merecen?
Con más o menos
ironía, sentido del humor y seriedad, hay que buscar soluciones reales y
factibles para conseguir la igualdad, empezando desde el hogar. Sustituyendo el
aparente amable ¿te ayudo? por el “vamos a organizar las tareas y cooperar”. Mujeres
y hombres con respeto mutuo tienen que reconfigurarse, priorizar y desaprender.
No se me ocurre
mejor modo de poner fin, que con algunas viñetas de Forges, El País. Qué bien
ha plasmado este artista, como en tantas ocasiones, la cruda realidad.