Hace unos días sufrí un percance de lo más tonto. Venía
tan feliz de asistir a un concierto. Ni gota de alcohol había consumido. Es más
estuve haciendo fotos al grupo que actuó desde el escenario sorteando cables,
sin luz, accediendo por una escalera traicionera… Y luego caminando por la
calle, a escasos metros de mi casa, se me engancharon los pies y yo que soy de
las que gritan cuando sufren el más mínimo percance, ni tiempo tuve de
reaccionar al darme de bruces en el suelo. Menuda estampa, mi metro ochenta de
mujer extendida sobre la acera.
El género humano sin dudas es compasivo y generoso.
Un grupo de personas vinieron hacia nosotros ipso facto. Unos me animaban y ayudaban a incorporarme poco a poco,
otros valoraban los posibles daños, e insistían en llamar a una ambulancia.
Pobres, menudo susto les di. También me atendieron con gran diligencia e
interés en el hospital. Con mucha sutileza me preguntaron varias veces qué
había sucedido. Porque evidentemente el perfil de una posible agresión lo daba.
Y pensé ¡la que se le viene encima a mi marido! Le van a mirar mal sin motivo
alguno.
El caso es que por
primera vez en mi vida me da cosa mirarme. Impresiona visualizar un ojo con un
gran hematoma, resultado de un fuerte golpe y una brecha en la ceja. Dando gracias,
por supuesto, de no fracturarme nada, ni golpearme en el bordillo. Igual os
habíais perdido esta crónica. Con el
cuerpo magullado y contusionado conciliar el sueño resulta complicado. Todo te
roza, te presiona, te incomoda. Y a una le da por pensar. Y pensar y ponerse a
escribir todo es uno.
Primero, me vienen
a la cabeza algunas de nuestras típicas expresiones que ahora entiendo muy
bien. Mira que somos brutos a veces. “Estoy como si me hubiera atropellado un
camión”, “Parece que me han dado una paliza”, “Estas hecha un Cristo”.
Segundo, me apetece
compartir con vosotros las reacciones de la gente al verme. Yo que trabajo de
cara al público podría llevar a cabo estos días un estudio sociológico. La
mayoría me miran sorprendidos, hasta con carita de pena y enseguida me
preguntan ¿qué te pasó? Me consuelan diciendo que pudo ser peor, recomendándome
que me cuide mucho. Otros, y les entiendo, quizás piensan que no deben
entrometerse o que me pueden molestar sus comentarios, me miran perplejos pero
no dicen nada. A saber qué pensaran.
Poniéndonos ya un
poquito serios, tengo que deciros que lo primero que pensé cuando tuve un
espejo delante de mi cara, fue en todas las mujeres que reciben maltrato. Eso
mismo sintieron mis compañeras de trabajo, acostumbradas ellas a lidiar con
estos temas, y de hecho lo comentamos. Duele mirarte, me decían.
Me observo y siento
mucha pena y mucho dolor por todas esas mujeres que reciben golpes, gritos y
amenazas. Verdaderas palizas que las dejan postradas durante días en su
infierno privado. Yo no necesito recurrir al maquillaje para salir a la calle,
ellas sí porque las obligan a ocultar lo que les está sucediendo.
A mí no me están
faltando mimos y detalles dentro y fuera del mundo virtual. Ellas han de
curarse solicas, afrontar los dolores físicos y del alma, llorar sin consuelo,
sin un hombro, en silencio, evitando que sus hijos las vean o sospechen sus
familiares. Ocultando con disimulos y mentiras su realidad atroz. Gritan mudas
porque nadie las escucha. Yo en unos días volveré a ser la de siempre, y esto
quedará como una anécdota. Ellas tendrán que enfrentarse a esta dura y salvaje
experiencia una y otra vez. Hasta que un día alguien salga en su ayuda y las
rescate, o ellas mismas reúnan las mínimas fuerzas para decir basta ya.
Que sirvan mis
palabras y mi percance para que cuando veamos un cartel, o un anuncio sobre
violencia de género, aunque en un primer momento nos impacte y luego seamos
conscientes de que todo es producto del maquillaje, pensemos siempre que esto
sucede de verdad. Todos los días. En todas las escalas sociales. Y que se puede
llegar a morir por ello.
No podemos
cruzarnos de brazos. Una sociedad civilizada, avanzada no puede consentir el
maltrato a otro ser humano. No tiene justificación, ni disculpa posible. Si
sospechas que alguien está viviendo esta tortura ayúdala, acompáñala a
denunciar. Y si conoces al agresor ayúdale también a romper y a salir de este
círculo de violencia. Anímale a que también pida ayuda para volver a ser un
hombre de los pies a la cabeza, para que vuelva a ser humano y no supere a las
bestias. Que deje de ser un monstruo que pega y anula.
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