Me sorprende cada vez más, que
algunos representantes de la Iglesia formados en teología, filosofía, oratoria, exégesis,
psicología, sociología, antropología e historia puedan verter, tan alegremente,
ciertas declaraciones. Como el obispo auxiliar
de Madrid y ex secretario general de la Conferencia Episcopal Española, Juan
Antonio Martínez Camino, que señaló hace unos días que a su juicio “una mujer
que ha sido violada tampoco debe poder abortar”. Según él las víctimas de
violaciones deben ser ayudadas para que superen el trauma. ¡Excelente ayuda
obligarlas a gestar el fruto de una monstruosidad!
Advirtió Martínez Camino que todo
aquel que participe en un aborto será excomulgado. Pero al violador, al
parecer, se le exime del castigo eclesiástico. Resulta que el Código Canónico incluye
el aborto entre otros delitos puramente religiosos, como la apostasía, la
herejía o el cisma. Se contempla también la violencia física contra el Papa,
pero la violencia física contra la mujer no. Tampoco los abusos contra menores,
que pueden llevar a la expulsión del clero pero no a la excomunión automática. ¡Desde luego hay que ver lo mucho que
quiere y apoya la Iglesia a la mujer!
Dicen que para hablar sobre un tema
conviene conocerlo. Pues bien no reniego de la Iglesia, ni trato de calumniarla pero cada vez les
entiendo menos. No comparto lo que dicen, ni como lo dicen. Respeto y mucho a
los creyentes, pero dudo y me molestan las declaraciones de algunos de sus jerarcas. Me educaron en colegios de monjas. Pertenecí
durante unos años al Camino Neocatecumenal o Kikos. Después elegí casarme por
la Iglesia, y que mis hijos fueran bautizados e hicieran la Primera Comunión. Como
disfruté de mi hija en su período de catequesis. De su curiosidad, su lógica,
razonamientos y dudas. Lo que yo tardé años en cuestionarme y argumentar ella
lo consiguió en meses. Chica inteligente.
Actualmente me siento alejada de
su doctrina. Demasiada hipocresía, incoherencia y manipulación, por parte de algunos de sus representantes. Funcionan por y
para sus intereses. Continúan estando más cerca del poderoso que del humilde. Algunos, y es una pena porque dañan la imagen y las buenas acciones de otros muchos,
son lobos disfrazados con pieles de cordero. Si son los representantes de
Jesucristo en la tierra, deberían ser ejemplares, excelentes. Me parece que el
cielo y el infierno están aquí en la tierra. Libre es cada uno de soñar lo que
quiera si ello le consuela, esperanza o anima.
Creo que el mayor
problema que presenta la Iglesia, al igual que la mayoría de los gobiernos, es
su incapacidad de respuesta y de promoción del bien común. De afrontar con
eficacia y decisión los problemas. La Iglesia, y nunca me refiero a los creyentes, sino a algunos de los jerarcas o mandatarios de la institución, como la política, a veces maquilla y
trata de ocultar sus acciones u omisiones. Se equivocan manteniendo
estructuras, enfoques, reglamentos y burocracias que ya no funcionan. No
dialogan lo suficiente. Los representantes de la Iglesia deberían ser más creativos e
innovadores con sus mensajes, esquemas y acciones. Como en política deben de
cambiar. Tienen que limpiar el cesto de aquellas manzanas que restan en vez de sumar. Ni unos ni otros, por los errores de algunos de sus representantes, están a la altura de lo que los creyentes o
ciudadanos se merecen. Y no parecen dispuestos a transformarse, a cambiar. Si
no lo hacen fracasarán continuamente por su falta de transparencia, reputación y liderazgo.
Cada vez estoy más convencida que la
elección del Papa Francisco ha sido toda una estrategia de comunicación, marketing y liderazgo reputacional.
La Iglesia sabe que uno de los hechos más difíciles de resolver, es la pérdida
de credibilidad y desencanto de los fieles hacia sus representantes religiosos.
Resultaba urgente gestionar la confianza, la imagen y la creación de un valor
añadido y acertaron de lleno en su elección.
Me gusta el nuevo Papa. Humano, persuasivo, humilde, emotivo, tierno, con sentido del
humor. Pero no algunos de sus jerarcas, como Martínez Camino.
La Iglesia, como la política, domina o
debería dominar la mayor herramienta de la que dispone, la comunicación. Ambos
se podrían comparar a una partida de ajedrez. Todas las piezas son visibles y
todas tienen importancia. Por ello tendrían que incrementar la habilidad de
observación, y utilizar la mejor fórmula que existe para conocer bien a la
gente, escuchar. Saber escuchar es tomar en serio a los demás. Ponerse en la
piel del otro. Ceder un poquito. Contestar cuando sea necesario e incluso por qué no cambiar de opinión.
Se equivocan no evaluando lo
arriesgado que resulta precipitarse, confundir, ocultar la verdad, manipular la
información, perder legitimidad, credibilidad y confianza. Le deseo mucho bien
al Papa Francisco, y lo digo de corazón, pero tiene que seguir haciendo limpieza dentro de su casa. Y
no sé hasta dónde le van a dejar llegar. Reitero que no critico a los creyentes. Ellos no tienen la culpa de los fallos de algunos de sus mandatarios, e imagino que serán los primeros en lamentarlo y sufrir por ello.
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