Cuando hablamos de
“riesgo” nos referimos a la probabilidad de que un hecho o un acto, puedan
provocar consecuencias negativas para una persona, organización o entidad. Que los resultados
que pretendíamos al final sean mayores o menores de los esperados.
En política
el riesgo, la incertidumbre, siempre está presente. ¿Cómo seremos capaces de
conquistar el poder, mantenerlo y expandirlo? Una buena o pésima decisión política,
podrá generar todo un abanico de consecuencias. Unas previsibles y otras
imposibles de prever. Quizás la política se pueda comparar a una partida de
ajedrez. Todas las piezas son visibles y todas tienen importancia. Aunque
creamos haber ganado la partida no conviene nunca dormirse en los laureles.
En
lo primero que tendría que pensar un futuro líder político o partido, es en
saber utilizar una de las más potentes herramientas de las que dispone. Que
podrá generarle grandes éxitos o grandes fracasos. Me refiero a la
comunicación. Con ella podrá emitir un mensaje, vender u ofrecer un producto y
además influir en el receptor, en el ciudadano.
Comunicación
significa “compartir y poner en común” ideas, sentimientos, proyectos,
acciones. Lo que marca la diferencia entre ser o no ser un buen
comunicador no es tanto lo que decimos, sino cómo lo decimos.
Uno
de los riesgos en política es confundir atributos con capacidades. Perder
legitimidad, confiabilidad, credibilidad y proactividad. No marcarse unos
objetivos claros, concretos y específicos. Realistas, alcanzables, coherentes y
motivadores.
Para
evitar esos riesgos hay que incrementar la habilidad de observación. Enfocando
todos los esfuerzos en una misma dirección. Marcando unas estrategias.
Optimizando los recursos humanos y económicos de los que disponga el candidato
o partido. Detallando las actividades a realizar. Coordinando y organizando.
Motivando y generando sinergias entre todos los integrantes del partido.
Generando confianza dentro y fuera del mismo.
Hay
que aprender a dominar el lenguaje verbal y el lenguaje no verbal, para
convertirse en un buen comunicador. Si el contenido y las palabras son
importantes, mucho más lo es la forma de transmitirlas. La voz, su intensidad y
volumen. Su tono y timbre. La velocidad y el ritmo. La postura, los gestos, los
movimientos. Todo transmite, todo comunica.
Al
igual que en otros ámbitos de la vida, en política resulta muy arriesgado
improvisar, precipitarse, confundir, ocultar la verdad y manipular la información.
Para evitar estos errores, resulta imprescindible contar con una permanente
estructura comunicacional interna y externa. Que nos permita formular y
difundir un mensaje coordinado y unificado. Con ello conseguiremos fuerza,
unión y credibilidad a largo plazo.
Uno
de los hechos más dramáticos y difíciles de resolver en las democracias
actuales, uno de los grandes riesgos en política, es la pérdida de credibilidad
política y el desencanto de los ciudadanos hacia la política y sus
representantes. Para luchar evitar y afrontar este riesgo hay que aprender a
dominar la Comunicación Política 2.0. Interesa y mucho conocer, y usar bien las
redes sociales. Porque nos están demostrando, día a día, su enorme capacidad de
movilización de la ciudadanía.
Una
buena estrategia de comunicación debe estar además integrada por campañas
informativas, estudios de marketing político y sociológico. Asesoramiento de
imagen. Entrenamiento en técnicas de comunicación, negociación y gestión de
liderazgo reputacional.
En mi opinión creo
que todo aquel que lleve intención de dedicarse a la política, hoy más que
nunca, debería llevar a cabo un auténtico proceso interno de revisión de los
principios básicos de la política. De sus códigos deontológicos y del verdadero
papel de los partidos en el proceso democrático. La gestión de la confianza, la
imagen y la creación de un valor añadido resulta: urgente. Ójala la confianza,
el respeto y el compromiso se conviertan en una nueva teología de la
comunicación política.
Como apunta Rafael
Rubio, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad Complutense de
Madrid, “a los ciudadanos hay que llegarles de manera cercana y creíble. Para
que funcione una campaña ingredientes indispensables son continuidad y
perseverancia. Una campaña debe tener contenido, algo interesante que contar.
Hay que ponerse en la piel del otro, conocer bien a la gente. Y para conocer
bien a la gente no hay otra fórmula que escuchar. Saber escuchar es tomar en
serio a los demás, también exige contestar cuando sea necesario, e incluso
cambiar de opinión a mitad de camino, explicándolo razonablemente.
La autenticidad no
tiene precio. Y lograr que la gente corriente hable de tu campaña es mucho más
eficaz, genera mucha más confianza, que adiestrar a una legión de portavoces
oficiales y representantes. El problema no es si permitirles hablar de ti, lo
harán de todas formas, el problema es ayudarles a hacerlo lo mejor posible. La
clave siempre son las personas”.
Señala Guillermo
López, profesor titular de Periodismo en la Universidad de Valencia que “una
dificultad de la acción política llevada a cabo en Internet, es romper el
círculo de los afines que en la práctica acaba constituyendo la mayoría de la
audiencia. Evitar la sensación de que estamos convenciendo a los ya
convencidos. Se trata de llegar a audiencias menos significadas en lo
ideológico. El político tiene que saber parecer paradójicamente, menos
político”.
Deseo también plasmar porque lo
comparto, lo que nos aporta Atoni Gutiérrez-Rubí, Asesor de Comunicación y
Consultor Político, sobre el concepto tecnología relacional: el nuevo poder.
“Hay que relacionar todas las redes y crear comunidades para que compartan
intereses, acciones, informaciones, conversaciones, es el objetivo básico. Hay
que sacar la política de las sedes y llevarla a las redes. Conseguir que el
paso de la idea a la acción sea mínimo, creativo, libre. Aumentar la
interactividad, la participación. El futuro es que
gobiernos y ciudadanía co-creen para solventar problemas públicos. Crear
talento a través del mérito y la participación. En política hay que dar una
imagen de transparencia y autenticidad. Relación, acción y reputación son los
nuevos atributos del poder contemporáneo. Hay que saber integrar los cambios, y
adaptarse a la evolución del conocimiento y la información. Los partidos tienen
que evolucionar hacia estructuras más abiertas, flexibles e innovadoras”.
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